"Paralela a la Nevada,
separada de ella por el río de Cádiar, que al juntarse con el de Trevélez
muda su nombre en el de río grande, la rambla de Repení y el rio de Yátor,
corre la sierra de la Contraviesa, que parece se formó de propósito para el
cultivo de la vid” (Simon de Roxas Clemente, 1807).
En 1696 se concede el permiso real para roturar y usar las tierras para el desarrollo del viñedo. La Contraviesa, en aquellos tiempos cubierta de encinas, vio surgir numerosos cortijos que se conservan hoy en día y cuyos nombres responden a las familias de los repobladores (Los Gálvez, Los Morenos, Los Blancos, Los Ruizes, Los García (Verdebique), etc.) Durante el siglo XIX, el cultivo de la vid tuvo una gran importancia en la economía de La Alpujarra. En las laderas de La Contaviesa se llegó a cultivar una superficie de 15.000 hectáreas, llegándose a exportar en 1845, desde el puerto de La Rábita (Albuñol), 100.000 arrobas de vino con destino a Gibraltar y 700 botas de espíritu de vino con destino a Málaga, Jerez y Cádiz procedentes de la treintena de destilerías de aguardiente que se ubicaban en la zona, dando lugar a un floreciente comercio del vino y del aguardiente. Aún hoy, numerosas casas de Nieles conservan el lagar, y todavía se recuerda la fábrica de aguardiente situada en huerto de La Caldera, hoy desaparecida. En los años ochenta del siglo XIX, la aparición de la plaga de la filoxera destruyó los viñedos originando una gran despoblación en La Alpujarra. De una población de 31.328 habitantes, más de 8.000 emigraron entre 1887 y 1900, es decir, más de la cuarta parte de la población. Hoy, la producción del vino ha vuelto a ser una de las actividades económicas más importantes de La Alpujarra, ocupando 6000 hectáreas con una producción de siete millones de litros de vino.
Tras un año cuidando la viña, arando, podando, azufrando y despampanado, llega el otoño y las laderas de La Contaviesa ofrecen una bella estampa. El color otoñal de las hojas de la vid tiñe el paisaje de amarilo y ocre y las cuadrillas de vendimiadores se afanan en la recogida de los racimos de uva. Jaén blanca, jaén negra, montúa, vigiriego, y otras variedades de nueva plantación, son llevadas al lagar en mulos donde, tras el despalillado y el prensado, el mosto pasa a las cubas para su fermentación, convirtiendo los azúcares en alcohol. Tras la fermentación se realiza el trasegado eliminando así los sedimentos. Después, el vino reposa y madura en viejas cubas de roble. Hasta la incorporación de maquinaria moderna, los trabajos en el viñedo eran extremadamente duros. La difícil orografía de las laderas de La Contraviesa obligaba a labrar las tierras con mulos, labor que hoy todavía perdura. Durante días se vendimiaba de sol a sol y el pisado de la uva se realizaba con los pies desnudos o calzados con agobias. La mecanización, aún siendo modesta, ha permitido que la vendimia sea una labor casi festiva donde familias, amigos y vecinos se juntan para vendimiar y recordar anécdotas de otros tiempos dejando tiempo para compartir una buena comida, acompañada de vino de la tierra.
Por San Andrés el mosto, vino es |