Historia de la cinta que María Luisa Martín García -María la molinera- regaló en agradecimiento al Señor de la Ascensión, de Tímar, por haber recuperado a su hijo Paco, después de 18 años, desaparecido en la Guerra Civil
( por José García Reinoso )
Corría el mes de julio de 1936, acababa de estallar nuestra triste Guerra Civil y mi tío Paco (Francisco Reinoso Martín); con 17 años y la cabeza llena de ideales universales -libertad, igualdad y fraternidad- se marchó voluntario a defender la República, en la filas de su ejército. Avisaron a mi abuela María, su madre, para que lo fuera a buscar en cuanto pudiera, ya que por ser su hijo menor de edad no podía estar en el frente y lo tenían retenido en la cárcel de Juviles. Y hasta allí, a pie y en un día de tormenta infernal, se fueron mi abuela y mi tía Pilar, su hija a buscarlo. Pero mi tío Paco, que tenía las ideas muy claras, no se quiso volver con ellas; no sin antes advertirles: "que si se lo llevaban a la fuerza, se volvería a escapar". Así que mi pobre abuela, con todo el dolor de su corazón y presintiendo las muchas desventuras y peligros que aguardaban a su hijo en una guerra como aquella, optó por volverse a Cádiar sin mi tío del que no volvió a tener noticias durante los tres largos años que duró la contienda.
Una vez terminada la guerra iban retornando a sus pueblos los que, en uno y otro bando, habían participado en ella y habían logrado escapar con vida. Volvió mi tío Serafín -que había estado en el frente de Madrid-, pero mi tío Paco no volvía. Mis abuelos y mi tío removieron cielo y tierra -como se dice- con tal de encontrar al hijo y hermano, pero en ningún sitio les dieron señales de vida... ¡¡habían muerto y desaparecido tantos combatientes...¡¡
Y en estas dolorosas circunstancias mi abuela toma dos decisiones: una, ponerse con toda la familia de luto riguroso y mandar decir misas por su hijo, y la otra: encomendarse a su Señor de la Ascensión y prometerle: QUE SI SU HIJO APARECÍA CON VIDA LE REGALARÍA UNA CINTA DE SEDA como la que siempre había llevado en su mano derecha y que fue destruida durante la guerra civil.
Los días y los años pasaban y mi tío seguía sin dar señales de vida. Y mi abuela, un año tras otro acudía a su Tímar a implorarle al Señor de la Ascensión, en su fiesta, y pedir por su hijo. Mientras tanto se le moría otro hijo -mi tío Eusebio- con 18 años, de apendicitis -o el cólico miserere, como se le llamaba entonces-. Y mi tía Pilar cayó en una depresión que la tuvo al borde de la muerte.
Y ya, muchos años después de acabada la guerra y vísperas del día de la Ascensión; recibe mi abuela una carta ¡¡de mi tío Paco¡¡ explicándole: que había estado en el bando republicano y que había tenido que huir de España en la famosa "Desbandá de Málaga"·, que recaló en Francia, donde acababa de empezar la Segunda Guerra Mundial, que alistado en la Resistencia francesa -como la mayoría de españoles exiliados- fue apresado por los nazis que lo recluyeron en uno de sus campos de concentración y que acabada la gran guerra se instaló en Orán (Argelia) donde se había casado y formado una familia. Le había escrito muchas veces, pero siempre le devolvían las cartas desde España, porque estaba fichado como del bando perdedor de la guerra y el gobierno de Franco no permitía ni que se escribiera con su familia. Y que no podía volver a España por lo mismo: porque lo detendrían y encarcelarían.
Y mi abuela, que nunca había salido de Cádiar y Tímar, se fue a ver a su hijo a Orán; acompañada de mi tío Serafín, en el verano de 1954, 18 años después de verlo por última vez en la Cárcel de Juviles. Mi tío tenía un buen trabajo como encargado en unas minas de carbón y vivía en un chalet cedido por la empresa francesa propietaria de las minas. Y allí pasaron un par de meses llenos de felicidad y paz.
Una vez que ya vio a su hijo, mi abuela, se dispuso a cumplir "la manda" o promesa que había hecho a su Señor de la Ascensión. A la que pudo juntar algún dinero, compró la cinta de seda y la hizo pintar por Doña Lolina -una maestra de Cádiar que pintaba muy bien- hija de Doña Cristina Castro (de Lobras).
Y un día de finales de los años 50, después de estar tres días ayunando a pan y agua; mi abuela -acompañada de mi prima Lola, hija de mi tía Pilar- emprendieron el camino de Cádiar a Tímar para llevarle la cinta al Señor. Yo era muy pequeño, quizá no tendría los 5 años, pero cuando las vi partir arranqué a llorar y a gritar: ¡¡yo también quiero ir, yo quiero ir con la abuela¡¡ y ante mis inconsolables berridos decidieron llevarme. La cuesta de Albáyar es descaradamente empinada, así que me hubieron de subir en brazos y a cuestas. Y recuerdo cuando de pronto, al pasar una de las muchas revueltas del camino, avistamos Tímar. Y mi abuela parándose y suspirando profundamente emocionada exclamó: ¡¡Ay mi Tímar de mi alma¡¡.
Y llegamos a la plaza de la Iglesia y recuerdo cómo la gente salía a recibirnos con mucho cariño y diciendo: ¡María! o ¡Molinera!, ¡tiene que venir un ratico a mi casa a tomar un refresco!, y a la mía y a la mía también, y mi abuela: ¡Hijas mías, hoy vengo ayunando porque voy a cumplir la promesa que hice a nuestro Señor por mi hijo Paco. Así que sólo iré a la iglesia a ponerle la cinta que le prometí y darle gracias. Y después, si me podéis y queréis acompañar, haré descalza el recorrido de su procesión rezando el rosario!. Y así lo hizo, y no puedo olvidar a mi abuela, con lágrimas en los ojos y subida en una escalerilla colocando la cinta en la mano derecha del Señor de la Ascensión y pidiendo un imperdible para sujetarla. Y mientras hacía el recorrido de la procesión, a mi prima Lola y a mí -como no ayunábamos- nos hartaron de dulces, refrescos, frutas y golosinas aquellas gentes entrañables de Tímar.
A la vuelta, casi oscureciendo ya, y ahíto como estaba de tanto comer y beber. Me entró tanto sueño, nada más salir de Tímar, que Vicente -un joven que era novio de Paca la de Amalia, una vecina del Molino- me hubo de echar a cuestas y cuando me desperté en la cama de mis abuelos, aún llevaba los bolsillos del pantalón llenos de galletas y mantecaos espachurraos.
Y así es la historia de esa Cinta que el Señor lleva en su mano derecha en su gloriosa Ascensión a los cielos, dejándonos en la tierra el vivo recuerdo de la extraordinaria gente del pueblo de Tímar que lo eligieron por patrono.
¡¡ VIVA TIMAR Y VIVA EL SEÑOR DE LA ASCENSIÓN ¡¡
Amén.
EPÍLOGO:
Mi abuela María Luisa Martín García, más conocida como "María la Molinera", nació en Tímar en 1890 y murió en Cádiar en 1971. Era la cuarta hija de Serafín Martín Fernández de Tímar y de Francisca García, remanente de Cástaras y Narila. Se casó a los 18 años con mi abuelo Francisco Reinoso López -Paco el Molinero- de Lobras y tuvieron varios hijos de los que sobrevivieron seis: Serafín que murió en Cádiar en 1999, Pilar falleció en Gerona en el 2000, Paco murió en Francia en el 2003, Eusebio murió en Cádiar en 1940, Matilde, mi madre, falleció en Barcelona en 1994 y Domingo que afortunadamente aún vive en el Molino que le vio nacer, en Cádiar. Además de estos hijos, mi abuela adoptó a una niña, cuya madre había muerto en el parto y que hoy es mi tía María.
En cuanto a mi tío Paco, pudo regresar a Cádiar cuando el gobierno de Franco concedió una amnistía en 1964 para celebrar los "25 años de paz" que habían transcurrido desde el final de la guerra. Y después, ya jubilado, pasó varias temporadas en el Molino familiar disfrutando de su pueblo, su familia y su gente.
José García Reinoso
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