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LA ALPUJARRA

Sesenta leguas a caballo
precedidas de seis en diligencia

Pedro Antonio de Alarcón


PARTE TERCERA

LA CONTRAVIESA


- I -

Diferentes maneras de amanecer.- El acto de aparejar.- Segunda campaña contra el mulo

    La del aguardiente sería, que no todavía la del alba, cuando quiso Dios que cantara un gallo á lo lejos, al cual le contestó otro más cerca, y luego otro en el corral del Francés; y -como si aquellos tres alertas hubieran sido dados por la trompeta del Juicio Final, á fin de resucitar á los muertos, ó más bien por la propia Muerte, á fin de hacerles volver á sus sepulturas antes de que despertasen los vivos, -siguiose un silencio muy raro, que no parecía ya el de la quietud, sino el de la acción sin ruido, ó sea el del tiempo que echaba otra vez á andar, y, un instante después, principió á sentirse algún movimiento en el piso bajo de la Posada....

    Trató de volver á reinar el silencio; pero ya le fué imposible. La fe en que llegaría á amanecer como todos los días, y muy pronto, iba y venía ya con alguien por el establecimiento. Oyéronse, pues, sucesivamente chirridos de llaves y de goznes de puertas que se abrían; trastazos de tropezones; toses vitalicias; pasos remotos; gritos bruscos que sólo entienden las bestias; coces sonando sobre tabla; juramentos, relinchos, maldiciones; otros pasos más próximos, recios como trancazos, ganando poco á poco la escalera; y, finalmente, tres furiosos golpes, aplicados á la puerta de nuestro cuarto, y una espantosa voz, semejante á un tiro, que, traducida al cristiano, había querido decir: «¡Arriba!»

    Abrí la puerta, y el día, representado por un candil y por un plato lleno de copas de aguardiente, penetró en aquel calabozo, en aquel hospital de sangre, en aquel campo de batalla cubierto de heridos, ó en aquella Sala del Tormento digna de la Venecia de los Dux, anunciando á tanta y tanta víctima como yacía con botas y espuelas sobre un colchón continuo, formado por la yuxtaposición de muchos colchones, que había llegado al fin para todas ellas la hora de la libertad, de la convalecencia, de la misericordia.

    -¡Arriba! -contestaron, pues, los nueve compañeros de cama, animándose mutuamente con el ademán, pero sin levantarse ninguno.

    -¡Estaría escrito! -añadió uno por lo bajo, consultando su reloj.

    -¡Cómo ha de ser! -suspiró otro amargamente, despidiéndose de la almohada.

    -¡Pues, señor: a la noche dormiremos más! -dijo de una manera indefinible quien de seguro no había dormido poco ni mucho desde que se acostó.

    Y probó á incorporarse.

    -¡Vamos á Albuñol! -agregó no sé cuál de ellos, recreándose de antemano en el término de una jornada que no sabía cómo principiar.

    Y se sentó en la cama.

    -¡Pecho al agua, caballeros, que es medio día! -gritó al fin un valiente, dando un brinco y abriendo de par en par el balcón, á fin de que los menos diligentes perdiesen toda esperanza de dormir algo....

    Y se encontró con que era tan de noche á la parte afuera como á la parte adentro de los cristales.

    -¿A quién la pego un tiro? -preguntaba entre tanto, en correcto andaluz, el mozo de la Posada, apuntando con la botella á las copas y con las copas á la asamblea, e indicando de aquel modo que el aguardiente era legítima bala rasa.

    -¡Nulla est redemptio! -gimió entonces el más rezagado.

    Y toda el mundo se encontró de pié.

    Eran las cuatro y media de la madrugada; esto es, las cuatro y media de la noche.
.... .... .... .... .... ....


   Pareció, por último, el verdadero día, á la hora prefijada por Dios y combinada por los astros.

    Supóngolo así á lo menos; pues, por lo que á nosotros toca, la cosa aconteció, sin que nos advirtiéramos de ella, cuando más ocupados estábamos en el zaguán de la Posada, arreglando las mil y una complicaciones inherentes á la obra de romanos llamada aparejar.

    Siempre he admirado á los arrieros en esta operación magna, verificada por lo regular á tientas, á la desatendida voz de «¡Alumbra aquí, muchacho!» cuando el muchacho y ellos están medio dormidos, y el mesón hecho un laberinto de albardas, jáquimas, costales, sillas, bocados, alforjas, capachos, cestas, capas, mantas, sogas y baúles, todo ello completamente igual en apariencia, dentro de su respectivo género....- ¡Yo no sé cómo cada uno reconoce, no sólo lo suyo, sino también lo ajeno y la infinidad de encargos que lleva; yo no sé cómo todo parece, y cómo, si se pierde algo, se adivina en el acto su paradero; ni tampoco sé cómo se las componen á oscuras aquellos dedos de corcho para atar, liar, enganchar, pasar correas, ajustar hebillas, y gobernar al mismo tiempo á los irracionales, -que nunca se muestran dispuestos á dejar la cuadra por el camino!

    Lo único que he llegado á comprender, por vía de resumen de mis observaciones en la materia, es que cuanto menos saben las criaturas, tanto mejor conocen las pocas cosas que saben.- Y si lo dudáis, tendeos boca abajo ó boca arriba en el campo y estudiad durante horas y horas los prodigios de discernimiento, de sagacidad, de perspicacia, de sutileza y de picardía de que os darán muestras los insectos ó las aves.

    Pero, aquella mañana, el acto de aparejar se relacionaba con otro problema no menos arduo, que no era ya de la incumbencia de criados y arrieros, sino de la nuestra propia, razón por la cual tuvimos que intervenir en el asunto, privándonos de ver amanecer.... -¡Tratábase de si nosotros, los huéspedes de la Alpujarra, los neófitos en sus caminos, montaríamos en adelante en mulo, ó seguiríamos á caballo!

    Esta cuestión, que parecía resuelta previamente (y cuyo examen puede seros de gran utilidad práctica á cuantos tengáis que visitar aquel país), se reprodujo en tal instante, en virtud de la serie de razones que paso á manifestar.

    Recordaréis haber leído al comienzo de estas páginas que el mulo, según pública voz y fama, era indispensable para recorrer ciertos y ciertos caminos del territorio alpujarreño, y que nosotros, cediendo á la opinión general, habíamos encargado que nos esperasen en Órgiva tres de aquellos tan recomendados cuadrúpedos.... Recordaréis también, los que hayáis tenido la dignación de leer mi viaje por los Alpes 1, la profunda y razonada antipatía que siento hacia el mulo, según que allí expliqué en una extensa y luminosa disertación que me envidio á mí mismo; y, en cuanto á los que desconozcáis aquella obra, de seguro abundaréis en el propio horror al monstruoso mestizo, viviente calumnia de su doble sangre; como abundó, abunda y abundará siempre toda persona bien nacida, y como hallé que abundaban frenéticamente mis dos primitivos camaradas de viaje....

    Pues bien: los tres mulos indicados nos aguardaban desde la víspera en las cuadras de la Posada, muy orgullosos sin duda de vernos pasar por la humillación de entregarnos á ellos como el gran Bonaparte á los ingleses.... -Pero he aquí que, cuando estábamos ya con un pie en el Bellerophonte, ó sea en el estribo, reparamos en que dos ó tres de nuestros nuevos compañeros de expedición, procedentes por cierto del Cerrajon de Murtas, es decir, de la región de las águilas y las nubes, habían ido á Órgiva el día anterior, y pensaban ir á Albuñol aquel día, caballeros en sendos corceles....

    -¡Ah! (nos dijimos entonces los tres condenados á cantar la palinodia). ¡Con que es humanamente posible recorrer lo peor de los montes alpujarreños sin transigir con el más bárbaro de nuestros enemigos! ¡Con que se puede ir á caballo por el Puerto de Jubiley! -¡Pues á caballo iremos nosotros!

    Y de aquí surgió el debate.

    Nosotros alegábamos en [sustancia] resumen, que preferíamos perder un tanto por ciento de probabilidades de no rompernos la crisma á implorar la protección de la bestia por antonomasia, máxime habiendo quien se atrevía á hacer aquel viaje á caballo.[(Señales de aprobación en la izquierda.)Texto recogido solo en la 1ª edición]

    Los alpujarreños de los bancos de enfrente nos contestaban con hidalga resolución que ellos se habían constituido en fiadores de nuestras vidas.... [(Aplausos. El mozo vuelve á llenar las copas.)Texto recogido solo en la 1ª edición], que el casco del caballo era demasiado ancho para los vericuetos que íbamos á escalar aquella mañana [(Rumores.)], y que si los jinetes de Murtas se atrevían á prescindir del mulo, era porque ya estaban muy avezados á aquellos peligros....

    Á este argumento replicábamos nosotros, -retorciéndolo, -que: si el peligro era tan evidente, no debíamos, no podíamos, no queríamos [(estilo parlamentario)] conducir á una muerte segura (Sensación) á aquellos dos ó tres amigos que ya se encontraban á caballo....

    Y éstos, en fin, nos apoyaban entonces elocuentísimamente, diciendo: que la docilidad, nobleza y sentido común del caballo.... [(Aclamaciones)], en oposición á la terquedad, perfidia y estupidez del mulo [(Estrepitosas salvas de aplausos)], suplían con ventaja el inconveniente que pudiera ofrecer su amplia pisada en los angostos escalones del Puerto; y que, por lo tanto....

    [(Tumulto: confusión.- Las voces de «¡A beber! ¡a beber!» impiden que se oiga á los oradores.)] Al llegar aquí la controversia, moviese gran tumulto en la Cámara, y las voces de «¡Á beber! ¡Á beber!» impidieron que se siguiera oyendo á los oradores.

    Declarado el punto suficientemente discutido, y puesto el caso á votación, tomose el siguiente acuerdo.... contra el dictamen de la mayoría:

1.º Iríamos á caballo.

2.º Dos de los criados pasarían al arma de caballería.... en mulo, e irían siempre á las inmediatas órdenes de los más delanteros.

3.º El mulo restante sería habilitado de un buen par de capachos (que se compraron incontinenti) con destino á almacén ambulante de provisiones.

4.º Se adquirirían dos jamones añejos, un gato lleno de vino, y todas las naranjas y todo el pan que admitiesen los capachos. (Este artículo se aprobó por unanimidad, y fué también ejecutado sin dilación.)

5.º El Criado Mayor, ó sea el mayor de los criados, se encargaría, bajo su más estrecha responsabilidad, de este sagrado depósito, con opción á montarse alguna vez sobre los capachos ó en las ancas del mencionado tercer mulo.

6.º Un hermoso jumento, sumamente simpático y servicial, que había salido de Granada al mismo tiempo que nuestros caballos, cargado con nuestras maletas y con un costal de cebada, sería relevado de hacer un viaje tan penoso; y, en atención á sus distinguidas cualidades, quedaría en libertad de volverse á las plácidas orillas del Genil, muy recomendado á la benevolencia del arriero que lo acompañaba.

7.º El costal y las maletas formarían también parte de la carga del mulo de los capachos, el cual tendría paciencia si le parecía muy pesada.

8.º Los otros tres criados seguirían perteneciendo al arma de infantería, y, como muy prácticos en aquellos terrenos, tendrían á su cuidado la constante inspección de vados, torrentes, hoyos, tramos y despeñaderos, á fin de avisarnos por dónde debíamos echar en cualquier caso de apuro para las bestias.

    Montamos, pues, y partimos.



- II -

Tres alpujarreños.- El Puerto de Jubiley.- Cuesta arriba.- En la cumbre.- Cuesta abajo

    Ya había salido el sol (eran las seis) cuando bajamos al [soi dissant] río Grande de Órgiva, desde donde saludamos á lo lejos por última vez á los buenos amigos de Órgiva.

    Reducidos entonces á [nuestra propia consideración] pensar en nosotros mismos, y antes de lanzar el espíritu en descubierta por la emprendida ruta, nos pasamos revista unos á otros.... - [Ninguna ocasión mejor] Pintiparada ocasión es esta, por consiguiente, para presentar á nuestros nuevos compañeros de viaje.

    [Eran, como si dijéramos] Tratábase, como quien no dice nada, de tres Jefes de... Tribu, acompañado cada cual de alguno de sus deudos.

    Al mayor de los tres Jefes lo conocíamos de antemano y le profesábamos mucho cariño. Era la persona cuyo nombre figura el primero en la dedicatoria de estas páginas; persona respetabilísima, á quien varias veces habré de mencionar, penetrado de agradecimiento, cuando hable de nuestras reiteradas idas á Murtas, su patria y habitual residencia.

    El que le seguía en edad era (y es, y á Dios le pido que siga siendo dilatados años) un hermosísimo Hércules, del género aristocrático y feudal, por el estilo de los Bourgraves del drama de Víctor Hugo; pero dotado de una genialidad tan franca y atractiva, á pesar de su aspecto imponente, que á las pocas horas le hablaba yo de tú.... sin darme cuenta de ello.

    No vacilo en calificar al menor de los tres como uno de los hombres más cabales que andan por el mundo. á un mismo tiempo era Diputado Provincial, Cura Párroco (de la próxima villa de Albondon), y un bravo mozo del corte físico de ABEN-HUMEYA.- Como Diputado, las puertas del sufragio universal (portae inferi) no habían prevalecido contra él: como eclesiástico, había pasado por un crisol de sabiduría; es decir, por el colegio del Sacromonte de Granada; y, como andante caballero, familiarizado con montes y breñas, fué aquel día el alma y la vida de nuestra expedición.

    En cuanto á los otros tres alpujarreños, repito que eran parientes de sus Jefes muy amados; y, como donde hay patrón no manda marinero, sólo añadiré acerca de ellos (y es su mayor elogio) que ninguno desmentía su [casta] sangre.

    Conque, en marcha


(A)    -¡Caballeros! ¡Al trote, puesto que lo permite la ancha cuenca de este río!.... (gritó de repente el padre Cura): así lleguaremos pronto al pie de aquella montaña...., en cuya cima nos aguarda el Puerto de Jubiley, famoso por sus fragosidades; al cual hemos de subir…. Yo no sé cuándo; pues todo ello depende de la doble y terrible prueba á que vamos á someter a nuestras cabalgaduras!.

    -¡Al trote! ¡Al trote! -respondimos todos los expedicionarios metiendo espuelas.

    Y, al cabo de pocos minutos, estábamos al pie de la montaña á que da nombre el susodicho Puerto.

    -¡Bravo! ¡Bravísimo! ¡Bien por los caballos! -dijo entonces uno.

    - Estamos subiendo.... ¡Es posible subir!.... -exclamó otro.

    ¿Qué importa que los escalones sean estrechos? (proclamó finalmente el autor de estas líneas, apelando á su gran repuesto de adjetivos, como Sancho apelaba al de refranes) ¿Qué importa que los elegantes cascos de los nobles brutos no quepan en los exiguos hoyos abiertos por el pie ruín de sus enemigos? ¿Qué importa nada? ¡El valor y la inteligencia suplen por todo! - ¡Ved, ved, cómo clavan en las escabrosidades de las rocas el filo de las amplias herraduras! ¡Ved cómo tantean la tajada peña hasta encontrar una base plana! ¡Ved cómo saltan cuando no hay otro remedio! ¡Ved con qué precisión caen donde se proponen! -¡Vítor, vítor á los herederos de Pegaso!

    [Pero no desconozcamos por esto que el Puerto de Jubiley se muestra también digno de su fama.] Todo esto era verdad: pero también lo era que el pícaro Puerto de Jubiley se mostraba cada vez más digno de su alto renombre.

    «Senda, de cuidados y martirios, que sólo frecuentan varones de gran abnegación y desprecio del mundo....» llama el gran poeta árabe Ibn-Aljathib á no sé qué camino de la Alpujarra.... (Nosostros supusimos desde luego que lo diría por aquel).

    «Montaña áspera; valles al abismo; sierras al cielo; caminos estrechos; barrancos y derrumbaderos sin salida....» dice nuestro viril Hurtado de Mendoza, describiendo la región en que hemos entrado. [¡Eso es escribir! ¡Eso es lo que se llama pintar con la pluma!Texto recogido solo en la 1ª edición]

Rebelada montaña,
cuya inculta aspereza, cuya extraña
altura, cuya fábrica eminente,
con el peso, la máquina y la frente,
fatiga todo el suelo,
estrecha el aire y embaraza el cielo....

[¡Por tan alta manera cantó] exclama por su parte el inmortal D. Pedro Calderón de la Barca, refiriendose á estas mismas encumbradas breñas, en su drama Amar después de la muerte!

Es por su altura difícil,
fragosa por su aspereza,
por su sitio inexpugnable
e invencible por sus fuerzas.

    ¡Y eso que hablaba de oídas! -Veis, pues, que no hay exageración alguna en mis encomios de la atrocidad de la Alpujarra. -Lo que no haré ahora es añadir ningún rasgo de mi humilde péñola á los inspirados y autorizadísimos que acabo de copiar.- La fotografía del Puerto queda hecha.

    Diré únicamente que, en lo más terrible y dificultoso de nuestra ascensión, solíamos preguntar á los alpujarreños:

    -¿Hay peor que esto en la Alpujarra?

    Á lo cual nos contestaban de una manera indefinible:

    -Hay de todo: mejor y peor.

    Es la respuesta sacramental de aquellos desheredados de la.... Dirección de Obras Públicas, amantísimos de su tierra, á pesar de tantos rigores como les ofrece.

    Decía Tácito, hablando de la Alemania de su tiempo: -«¿Quis porro, praeter periculum horridi et ignoti maris, Asia, aut Africa, aut Italia relicta, Germaniam preteret, informem terris, asperam caelo, tristem cultu aspectuque.... nisi si patria sit?»

    ¡Nisi si patria sit!....
-Esta frase equivale á un poema.


    Llegamos, al fin, á lo alto del Puerto.

    Allí volvimos los caballos y nos paramos (operaciones ambas que hubieran sido imposibles durante la subida), ansiosos de contemplar á Sierra Nevada....

    [La insuperable cordillera] Sierra Nevada, de la cual nos tocaba entonces alejarnos, había ido surgiendo detrás de nosotros, á medida que nos elevábamos, como si, poseída de un legítimo orgullo, nos hubiera querido demostrar que nadie, por mucho que suba, puede llegar á sobrepujarla, y que, si es tolerante con los humildes y se deja tapar allá abajo por cualquier cerrillo sin malicia, es soberbia con los soberbios, y no consiente que ningún monte de sus Estados se dé aires de montaña en su presencia.

    ¡Nosotros no lo habíamos dudado nunca! Digo más: precisamente por esa razón (¿quién no ama á los soberbios?) venerábamos tanto y tanto á la que más atrás intitulé la «Madre de Andalucía»....- Y por eso también, aquella mañana, al par que rezábamos el Credo y aguantábamos como podíamos la frenética irascibilidad del Puerto de Jubiley, no habíamos desperdiciado ninguna ocasión de echar una mirada al indignado Mulhacén...., que avanzaba á caballo por la serena atmósfera, llenando de terror á todas aquellas sierrecillas de mala muerte.

    Pero todavía no es tiempo de hacer la pintura del viejo rey de las montañas, ni de sus hijos, ni de su corte, ni del colosal imperio que gobierna.... -Día vendrá (y será el de nuestro viaje especial á Sierra Nevada; -viaje que ha de servir de argumento á la última Parte de la presente obra) en que apreciemos en conjunto el sublime espectáculo que llega á ofrecer, más al comedio de la Alpujarra, aquella asamblea de gigantes de hielo, y en que pueda yo haceros su enumeración, medirlos uno por uno, compararlos entre sí, revelaros sus secretos, mostraros sus tesoros y poneros al cabo de todo lo que pasa por allá arriba!.... -Tened entre tanto paciencia, y haced, como quien dice, la vista gorda ante los prodigios parciales que nos va mostrando poco á poco el que en un tiempo llamábamos «reverso de la Sierra».

    Por consiguiente.... ¡marchen! -y, al marchar, sírvaos de consuelo que, si ahora no vamos á Sierra Nevada, vamos á otras muchas partes, dignas todas [ellas de lo que quiera que hayáis pagado por este libro] de vuestra benévola atención.


    Vueltos otra vez los caballos al Sur, continuamos nuestra jornada.

    Ni en aquella dirección, ni á los lados del desfiladero del Puerto, se veía otra cosa que una intrincada maraña de riscos, tajos y matorrales, puestos de acuerdo con bárbara ferocidad para hacer intransitable aquella altura. -La planta del hombre, ora descalza, ora con sandalia, ora con babucha, ora con alpargate, y la herradura de las bestias, ya cóncava, ya convexa, ya triangular, ya en su actual forma de arco árabe, habían necesitado siglos y siglos para trillar el exiguo sendero que nos servía de hilo de Ariadna en tal laberinto de rocas y arbustos. [Contentámonos, pues, con haber visto desde aquel cerrajoncillo, más rabioso que elevado, la banda septentrional de la Alpujarra (el resto ya lo veríamos á las pocas horas desde lo alto de Contraviesa), y principiamos á descender....] Y como, por otra parte, desde la cúspide de aquel cerrajoncillo, más rabioso que elevado, no se descubría sino á trozos el gran panorama alpujarreño, que tanto deseábamos contemplar (y que, según el Cura, contemplaríamos á nuestro sabor pocas horas después desde la más despejada cumbre de la Contraviesa), nos dimos prisa á cruzar tan desabridos peñascales....; con lo que muy luego notamos que el pobre Jubiley se daba por vencido, ó sea que ya habíamos comenzado á descender por su otra banda.

    [Al cruzar por enfrente del Peñón del Gallo, nos detuvimos un momento] El único alto que hicimos fué en presencia del Peñón del Gallo, á fin de oírlo cantar....

    É incurro adrede en esta anfibología para que no sepáis si es un peñón ó un gallo el que [cacarea] canta á veces en aquel sitio. -Los alpujarreños de á pie decían que era un gallo encantado: los de á caballo que un Peñón horadado horizontalmente, enfrente del cual había un eco.... -Yo sólo puedo decir que lo oí cantar dos ó tres veces, y que me dio calofrío....- ¡Era el cuarto gallo fantástico que me hablaba aquella mañana desde el otro mundo!

    En fin: cuando ya distaríamos de Órgiva cosa de legua y media, la Sierra de Jubiley se despidió de nosotros, diciéndonos que no podía continuar más adelante, y nos depositó galantemente y con la mayor suavidad en terreno llano, -después de haber hecho todo lo posible por dejarnos sepultados en sus breñas.



- III -

La nueva primavera.- Coronación de ABEN-HUMEYA.- La Venta de Torbiscón, Torbiscón y su Rambla.- Algunos peñones sueltos

    Nuestra caminata de aquel día había de ser una continua serie de transiciones y contrastes.- Nada más natural, estando, como ya estábamos, enfrascados en la tierra clásica de los accidentes topográficos, de las bajadas y subidas, de las quebradas y los promontorios.- La Alpujarra tenía que resultar digna de su nombre.

    Por ejemplo: en aquel instante, cuando aún abrumaban nuestra imaginación las escabrosidades del Puerto de Jubiley, recorríamos ya alegremente un apacible vallecillo, en que todo era inocente y delicioso, y donde experimentamos una emoción tan melancólica como dulce.- Hasta entonces, los árboles más subordinados al influjo primaveral; los que sienten correr su savia en febrero; los que ven hinchadas sus yemas en marzo; los que computan las estaciones del propio modo que el hombre, y tienen acaso también su primavera médica; verbigracia, los almendros, los cerezos, los perales, los guindos y demás frutales tempranos, sólo nos habían mostrado flores (que, como es sabido, preceden en ellos al follaje); pero allí, en aquel riente vallejuelo, encontramos ya árboles con hojas, ó sea las primeras hojas del año....

    No las ostentaban, es cierto, árboles tan codiciados y preciosos como los que acabo de nombrar.... En aquel paraje no se veía vivienda humana, ni había señales de cultivo....- Pero había, en cambio, una alameda espontánea, compuesta de alisos, olmos y abedules, muy endebles todavía, retoños sin duda de grandes árboles inmolados por el hacha ó arrastrados por el río (pues allí había también un río), y estos retoños, erguidos ya y gallardos como mozuelos de quince abriles, eran los que acababan de arrojar unas hojillas tan verdes, tan tiernas, tan nuevas, tan rizadas todavía, que parecían las primicias del amor, de la ilusión y de la esperanza!

    Aquellas plácidas sonrisas de la Naturaleza, aquellos brotes de incipientes encantos, aquellos besos de labios vírgenes, aquellas dulces respuestas de la adolescente tierra á las vivificantes caricias del cielo, probábannos, mucho mejor que las flores del Valle de Lecrin que el sol había llegado al Ecuador, de camino para nuestro Trópico; que no se había equivocado el almanaque; que estábamos en la estación juvenil de las plantas; que la primavera había entrado aquel día....

    ¡La Primavera! Sea la periódica de la zona en que vivamos, sea la única de la vida del hombre.... (y de la mujer), siempre resultará más tristemente patética que el otoño á los ojos nublados por el llanto.... Y ¡ay! por poco que se haya vivido, ¿qué ojos humanos podrán permanecer enjutos en presencia de la renovación anual de las campiñas y de los bosques? ¿Quién no echará de menos flores de su alma y frutos de su vida, que huyeron en alas del ábrego para nunca más volver? ¿Quién dejará de llorar, -no ciertamente el continuo descaecer de su existencia; no ciertamente este providencial envejecer de cada instante, que nos deja el consuelo de vislumbrar, más allá del sepulcro, otra primavera eterna, en cambio de los ensueños e ilusiones terrenales que nos arrebató la edad, -pero sí su amargo destino de sobrevivir un año y otro, como el despojado tronco herido por el rayo, á la perpetua muerte de aquellas flores y aquellos frutos, y á la emigración de las inocentes avecillas que nacieron y anidaban en sus ramas?....

    Doblemos la hoja.


    Doblémosla, sí, y veamos qué vallejuelo era aquél á que habíamos descendido.

    Verdaderamente, más que un valle, era una especie de estrecho que servía de tránsito de un valle á otro.

    Porque lo cierto es que estábamos pura y simplemente en un escondido recodo del importante Río de Cádiar, que venía de regar dos leguas [más arriba] á nuestra izquierda los amplios vergeles de aquella antigua Corte de unos días....

    ¡Cádiar!.... ¡El teatro del drama de Martínez de la Rosa! ¡El lugar aristocrático, donde fué coronado oficialmente ABEN -HUMEYA!....- ¡Cuánto deseábamos visitarlo!-¡Y cómo hubiéramos querido estar dotados del don de ubicuidad, para echar río arriba, al propio tiempo que de sus orillas nos apartáramos, e ir á hacer noche simultáneamente á aquel histórico pueblo, y á Albuñol, y á otras muchas partes!....

    Pero ya que esto no fuera posible, ocurriósenos leer y comentar en aquel sitio los apuntes que llevábamos en cartera, relativos á la gran solemnidad histórica que recuerda el nombre de Cádiar, ó sea á la Coronación del REYECILLO, -que es como casi siempre apellida Pérez de Hita al que había dejado de llamarse D. FERNANDO DE VÁLOR.

    Aquellos apuntes, extractados de muchas histonas, decían así: (B)

«Partido ABEN-FARAG de Béznar, no tardó en seguirlo ABEN-HUMEYA, acompañado de muchos moriscos; y llegando á Lanjarón, halló que el bárbaro tintorero había quemado la iglesia, llena de cristianos».... .... .... .... .... .... (C)
«De allí pasó ABEN-HUMEYA á Órgiva, donde los cercados de la Torre se defendían, y les requirió con la paz; y viendo que no querían oír su embajada, repartió la gente en dos partes: la una dejó en el cerro, y la otra se llevó consigo á Poqueira y Ferreira»..... .... .... .... .... .... (D)
«El día de los inocentes estuvo en su casa en VÁLOR, y el 29 de Diciembre entró enUgíjar de Albacete, con deseo, á lo que dijo, de salvar la vida al Abad Mayor, que era grande amigo suyo, y á otros que también lo eran, y cuando llegó ya los habían muerto». (E)
«Allí repartió entre los moros las armas que habían tomado á los cristianos, y el mismo día fué al lugar de Andarax.... y dio sus patentes á los moros más principales de los partidos y más amigos suyos...., mandándoles que tuviesen especial cuidado de guardar la tierra, poniendo gente en las entradas de la Alpujarra....
»Hecho esto, y dejando por Alcaide de Andarax á BEN-ZIQUÍ, uno de los principales de aquella Taha, volvió á Ugíjar, donde dio sus poderes á MIGUEL DE ROJAS, su.... suegro, y le hizo su Tesorero general, porque, además del parentesco que con él tenía, era hombre principal, descendiente de los MOHAYGUAGES ó CARIMES, Alguaciles perpetuos de aquella Taha en tiempo de los moros, á quien, por ser muy rico y de aquel linaje, respetaban mucho los moriscos alpujarreños.
»ABEN-HUMEYA hizo todas estas cosas en un solo día, y aquella misma noche se fué á dormir á Cádiar». (F)

    Entre las anteriores noticias figuraba una, relativa al gobierno interior y vida particular del Caudillo agareno, que causó á mis compañeros de viaje tanta sorpresa como disgusto...., siendo lo peor del caso que yo lo sabía y debí participársela en el Valle de Lecrin cuando encontramos al joven D. FERNANDO DE VÁLOR en compañía de aquella Morisca tan hermosa, que, al decir de los historiadores, sólo era su querida.... [(LOS LECTORES se miran con asombro)Texto recogido solo en la 1ª edición].

    Pero, creedme, no procedí de mala fe, sino por olvido: con la gloria se me fué la memoria, y ni por asomos recordé que aquel raptor ó robado (fueron mis expresiones) estaba casado con otra mujer, cuya suerte debía de ser bien desgraciada....- Y, no habiéndome acordado de pensarlo, mal pude acordarme de decíroslo, ni de condenar (como condeno ahora) todo lo pérfido y escandaloso de aquella manera de viajar.... [(LOS LECTORES principian á calmarse)Texto recogido solo en la 1ª edición].

    Sin embargo, yo no puedo creer que semejante perfidia con la legítima consorte llegase hasta el extremo de haberla dejado abandonada en la capital y expuesta así á crueles represalias de parte de los cristianos.... [(Todos escuchan con creciente interés)Texto recogido solo en la 1ª edición]- Y, como las historias se callen sobre este punto, atrévome á suponer que la ultrajada esposa viviría habitualmente en el lugar de Válor, en lo alto de la Alpujarra, donde ABEN-HUMEYA tenía su primitiva casa señorial, y que éste iría aquella mañana en su busca, -aunque tan mal acompañado....

    ¡Desventurada mujer, de cualquier manera!.... [(Profunda emoción en todos)Texto recogido solo en la 1ª edición]. ¡Mucho más desventurada, sin duda alguna, de lo que nos la presenta Martínez de la Rosa en su célebre drama! -Siquiera allí, en medio de la más horrible catástrofe, aparece muy amada y respetada por su marido, mientras que, como veis, la verdad de las cosas era....

    Pero consolémonos. Tampoco tenía ya motivos para engreírse la hasta entonces preferida morisca; pues, según refiere Hurtado de Mendoza, el joven héroe, al ceñirse la corona de sus mayores, montó su casa bajo un pie severamente.... mahometano.

    He aquí las palabras del noble historiador:

«Tomó tres mujeres: una, con quien él tenía conversación, y la trujo consigo (ella): otra del río de Almanzora; y otra de Tabernas, porque con el deudo tuviese aquella provincia más obligada; sin otra con quien él primero fué casado, hija de uno que llamaban Rojas»....

    Total.... ¡cuatro! [(Estupor general.- Pausa.)Texto recogido solo en la 1ª edición]

    Ni habían de parar aquí las cosas, -como veremos en su día. -¡Ah! El amor fué el talón vulnerable de aquel Aquiles, -y por el amor murió efectivamente.... (G)

    Pero la hora de tan justo castigo estaba todavía distante del momento en que dejamos á ABEN-HUMEYA durmiendo en Cádiar, ó sea la víspera de su Coronación.

    Amaneció al fin este día, y el primer acto del príncipe islamita fué nombrar su Capitán General 2 á aquel D. FERNANDO El Zaguer, llamado también Aben-Xaguar, de quien ya hemos hablado anteriormente; el cual era tío carnal suyo, hermano de su encarcelado padre, y hombre influyente y acaudalado, que había sido la cabeza y el alma de toda la conspiración.... 3

    Mas, pues tenemos á mano á Pérez de Hita, inimitable siempre en la descripción de los cuadros pintorescos de aquella Guerra en que tomó parte como soldado. [, dejémosle referir á su modoTexto recogido solo en la 1ª edición] Él fué quien nos refirió aquel día el acto solemne de la coronación de ABEN-HUMEYA.- Algo habrá de cierto en su relación.

    He aquí sus palabras: [(Lee).Texto recogido solo en la 1ª edición]

«Cuando ABEN-HUMEYA vido que el negocio de todo punto era roto y que ya no podía hacer otra cosa sino morir ó pasar adelante, mandó que la gente que estaba junta, y de guerra, se recogiese en Cádiar, porque les quería dar orden de lo que habían de hacer, y porque con voluntad suya quería ser coronado.
   »Y ansí, la gente en Cádiar toda recogida, en cierta parte cómoda para el caso (en el campo, porque toda la gente coger pudiese), debajo de una grande y frondosa olivera, se puso un rico estrado, y en él dos sillas ricas puestas, encima de las cuales estaba puesto un rico dosel de seda, reliquia de los pasados Reyes de Granada, y en la una silla se sentó D. FERNANDO MULEY, y en la otra, á su mano izquierda, su tío Aben Chochar, el cual tenía alrededor de sí muchos ricos-hombres de aquellos lugares y de otros.
   »Y viéndolos Aben Chochar juntos y con ellos una grande tropa de gente armada...., se levantó de la silla, y en voz que todos lo podían oír, comenzó á hablar, mostrando gravedad, lo siguiente:»

    (Aquí su discurso, que no os leo, porque es largo, y no tan bueno, ni por asomos, como aquél que pronunció en el Albaicín elogiando las cualidades de la raza morisca.- Por lo visto, al opulento Aben-Xaguar le daba por la oratoria, como á nosotros; pero sus discursos son mejores ó peores según las dotes literarias del historiador que los transcribe. La arenga del Albaicín ha llegado á nuestros días extractada por Hurtado de Mendoza, y así resulta ella de severa, clásica y elegantes 4, mientras que en la oración que aquí omito se echa de ver que el que nos la transmite es hombre de más imaginación que humanidades.)

«Apenas Aben Chochar (prosigue Pérez de Hita) había dicho estas palabras, cuando todo aquel confuso escuadrón movió un gran alarido, diciendo: "¡Viva el Rey D. FERNANDO MULEY, á quien escogemos, y queremos que lo sea, para que nos defienda y nos ponga en libertad!".
   »Y, diciendo esto, muchos de los más cercanos arremetieron á D. FERNANDO, y á él y su silla levantaron en alto, diciendo: "¡Viva el Rey de Granada, MULEY ABEN-HUMEYA!" -Y ansí le tuvieron en alto una gran pieza.
   »Luego comenzaron á sonar músicas, dulzainas y chirimías, y trompetas y atabales, con tanto ruido, que parecía hundirse el mundo. Luego le pusieron encima de la cabeza una corona de plata dorada, y rica, que era de una imagen de Nuestra Señora y para aquel caso la tenía Aben Chochar proveída.
   »Después de coronado le fué tomado juramento sobre un libro del Alcorán, que los ampararía y defendería hasta la muerte. Todo lo cual el REYECILLO juró (que así le llamaremos de aquí adelante), y, habiendo hecho este juramento, todas las chirimías y dulzainas y otros instrumentos sonaron con gran ruido.
   »Luego muchos lugares vinieron á darle la obediencia y á besar las manos....
   »Luego mandó hacer bandera y elegir capitanes para que se siguiese la guerra.- Los capitanes que se eligieron son éstos:
   »El Sorri, de Andarax.- Zarca, de Ugíjar. Puertocarrero, Alcaide de Gergal.- El Maleh, de Purchena.- Hazem, de Vélez el Blanco.- El Gravi, de Vélez el Rubio.- Aben Bayle, de Alcudia.- Farag, negro, de Jerque.- El Jorayque, de Baza.- El Lale, Alguacil de Macael.- Alhadra, de Ohanes.- Alrocayme, de Guadix.- El Havaquí, de Guadix.- El Dere, de Andarax.- Gironcillo de La Vega.- El Dali.- Los Partales.- Berio.- El Meliluz.- El Corcuz, de Dalias.- El Garras.- El Mohaxar.- El Rentío.
   »Y, sin éstos, otros muchos capitanes, el número de los cuales llegó á doscientos y cincuenta, todos de hidalga sangre, nietos, biznietos de muy principales caballeros que en los pasados tiempos gobernaron á Granada y sus tierras....
   »Y sobre todos los capitanes fué uno señalado por general de todos, llamado EL HAVAQUÍ, varón grave, de buen juicio, valeroso de su persona, de casta de caballeros nobles; era natural de Guadix, ó de el Alcudia.- á éste le fué dado el bastón de General contra su voluntad....»

    Oigamos ahora á otros declarantes:

Coronado que hubieron los moriscos á su Rey, vistiéronle de púrpura (dice Hurtado de Mendoza), y pusiéronle casa, como á los Reyes de Granada, según que oyeron á sus pasados».
    «Por último (concluye Luis del Mármol), ABEN-HUMEYA, dejando gente de guarnición. en la frontera de Poqueira...., á 30 días del mes de diciembre estuvo de vuelta en el Valle de Lecrin, para si fuera menester defender la entrada de la Alpujarra por aquella parte al marqués de Mondéjar».

.... .... .... .... .... ....

    ¡Vaya bendito de su Dios; que será ir maldito del Dios verdadero!- exclamamos todos nosotros aquel día al llegar á este punto.

    Y, mientras el insensato entregaba su fortuna y su vida, y las de millares de hombres, al azar de las armas, recogimos los papeles, montamos á caballo y seguimos adelante pacíficamente, en busca del grandioso panorama que nos proponíamos contemplar desde lo alto de la Contraviesa; ¡del la Contraviesa, jorobado lomo de la Alpujarra, cuyo escalamiento debía hacernos olvidar aquella tarde todas las proezas del asalto dado por la mañana al Puerto de Jubiley!


    A poco de abandonar el frondoso lecho del río de Cádiar, subimos una cuestecilla que nos condujo inmediatamente á la Venta de Torbiscon.

    Eran las nueve. Allí almorzamos de lo que llevábamos á bordo, en una alegre plazoletilla que hay á la parte afuera del establecimiento; -establecimiento que nos fué muy útil, sin embargo, puesto que nos proporcionó una mesa del tamaño de una silla, sillas para más de la cuarta parte de los comensales, un agua excelente, y la picaresca cháchara del Ventero y la Ventera, tipos dignos de las novelas menores del Manco de Lepanto.

    La identidad de sus caracteres, su ladina bufonería y la continua broma con que se trataban, llamaron vivamente nuestra atención.- Pocas veces se habrá visto llevar la cruz del matrimonio con tanto donaire, desembarazo y buen humor como ellos la llevaban.... (No habían tenido hijos.) -Con dificultad también se hubiera dado una familia más feliz y alborozada dentro de tanta pobreza.... (No tenían hijos.) -Eran ya de cierta edad; no viejos seguramente, pero tampoco jóvenes, y jugaban el uno con el otro como dos muchachos de diez años.... (No tenían hijos....) -Y, con todo; aquel desmedido júbilo, aquella insustancialidad de su vida, aquel Sacramento practicado en chanza, aquella dicha tan fácil y segura, acabaron por inspirarnos compasión.... (¡No tenían hijos!)

    -¿Quisiera usted haber tenido cuatro hijos, haber perdido dos, y que le vivieran los dos restantes? -le preguntó un día ferozmente á aquella mujer cierto viajero, al tiempo de montar á caballo, [procurando que nadie sino ella oyese tan brusca y extravagante interpelación....].

    Y es fama que la risa se heló en el festivo rostro de la ventera; y que sus ojos se nublaron, y que su boca se frunció tristemente, al suspirar de una manera sorda y con una sinceridad que llegaba al alma:

    -Sí, señor.


    De la Venta de Torbiscon bajamos á la anchurosa rambla del mismo nombre; -lo cual demostraba que nos íbamos aproximando al propio Torbiscon, antigua capital de la Contraviesa.

    Pero ¡ay! antes de llegar allí, habíamos de formar juicio de lo que significa una rambla de la Alpujarra.... Esto es: habíamos de sufrir todas las fatigas de los desiertos africanos, -como acabábamos de saborear en el río de Cádiar, á la bajada del Puerto de Jubiley, todas las dulzuras de los oasis. -Las mutaciones escénicas de aquella jornada no podían ser más bruscas ni más frecuentes.

    ¡Calor y arena!....- He aquí resumida la hora interminable (de las diez á las once) que pasamos subiendo la Rambla de Torbiscon.- No corría un pelo de aire.... Se respiraba fuego.... ¡Ni un palmo de sombra por ningún lado!....- Hubiérase dicho que viajábamos por el mismo globo del Sol, ó que el Sol había incendiado la Tierra.

    «¡Arena, y calor siempre....,» ó, á lo menos, hasta agotar nuestro sufrimiento!....- Aniquilado todavía mi espíritu, sólo con el recuerdo de aquella marcha, no encuentra mejor manera de definirla.- ¡Y eso que estábamos en Marzo!

    No diré, pues, más.- Añadid vosotros ahora toda la arena y todo el calor que os dé la gana

    Quiso, al fin, Dios.... (Pero ¿qué digo al fin? ¡Aquel fin fué sólo de la primera, parte!) -Quiso Dios, de todas maneras, que Torbiscon apareciese á nuestros ojos, anclado en la rambla, y sirviendo como de cobertera á un aplastado cerrete....

    -¡Bendito sea el hombre, que ha inventado los pueblos para que descansen los caminantes!....- [pudimos exclamar] exclamamos todos en aquel momento, plagiando al Luciano del siglo XVIII.

    [Ello es que] Y pusimos la proa á Torbiscon, en busca de unos minutos de respiro, no sin darnos cuenta de una particularidad muy rara: y era: que no habíamos encontrado en todo el día ni un solo caminante en ninguna de las sendas que habíamos recorrido.


    [A pesar de la meseta que sirve de asiento] La alta meseta que sirve como de peana á la noble y vetusta villa en que íbamos á entrar, [diz] no impide que sus habitantes recelan verla sepultada bajo olas de arena, ó arrancada de cuajo, el día que menos se lo figuren, por los espantosos aluviones que la Contraviesa envía frecuentemente á aquella endemoniada rambla.- Profesan, pues, los torbisconenses cierto linaje de cariño y de agradecimiento á un enorme y hermoso peñón enclavado en medio de ella, un poco más arriba del pueblo, precisamente en el puesto de mayor peligro, -el Peñón de Pinos recuerdo ahora que se nombra, -del cual esperan que seguirá protegiéndolos como hasta aquí contra una furiosa acometida de las aguas.

    Hacen bien en confiar en él.... ¡Se lo digo yo! (Así se debe hablar en este mundo).- Aquel [rudo] monolito, rodado de la próxima montaña durante algún terremoto contemporáneo de Mathusalem, y donde quiebra y tuerce visiblemente la primitiva proyección de las avenidas, es y será inconmovible...., mientras no ocurra otro cataclismo como el que le hizo establecerse allí; y, para tales contingencias (de que Dios libre ya á nuestro planeta; pues bueno está como se halla; sobre todo para el poco tiempo que permanecemos en él ahora los mortales: -¡Mathusalem vivió novecientos diez y nueve años!), fuera un exceso de lujo tomar ningún género de precauciones.

    Torbiscon, donde paramos una media hora, nos recordó aquellas ciudades, favoritas del sol, que tan prodigiosamente describe Eugenio Fromentin en su libro Un eté dans le Sahara.- ¡Tan grato nos fué el sosiego de siesta que respiraba la villa! ¡Tan sabrosa nos resultó la sombra de sus calles! ¡Tan intensamente meridional encontramos todo su aspecto! ¡Y tan inestimable don del cielo nos pareció allí el agua fresca!

    Aparte de esto, la discreción y afabilidad de aquellos de sus moradores con quienes cruzamos la palabra; el aire grave y circunspecto que conserva aquella antigua residencia de poderosos Corregidores y cabeza luego de un juzgado de primera instancia; el sentimiento de respeto que no pudo menos de inspirarnos, como toda desgracia inmerecida, su decadencia oficial; las noticias que teníamos de su actual riqueza agrícola y de lo preciados que son sus frutos en España y en el extranjero; y, finalmente, la consideración, que ya he apuntado antes, de que aquella era la tradicional metrópoli de la Contraviesa 5, fueron otras tantas razones para que la imagen de Torbiscon, siquier entrevista tan ligeramente, se grabase en nuestra memoria con indelebles rasgos, y hacen que me complazca hoy de este modo en su agradabilísimo recuerdo....


    A la salida de Torbiscon nos esperaba otra hora de angustias semejantes á las que sufrimos á la entrada.... Es decir, que desde las puertas de la villa hasta el pie de la Contraviesa, caminamos siempre por aquella perdurable Rambla, circuida de cerros, privada de toda ventilación y cada vez más encendida....

    Por eso nunca olvidaré el amor que nos inspiraron otros dos ó tres peñones, semejantes al de Pinos, que encontramos de pie, enteramente solos, en mitad de la arena, y escalonados á larga distancia uno de otro, como gigantescas estatuas del dios Término, ó más bien como Estaciones ó Ventas colocadas allí por el verdadero Dios para hacer posible la travesía de aquel desconsolado erial....

    Sobre todo, uno de ellos, más alto que los demás, cuadrado y erguido como una torre, y algo cóncavo por la cara que miraba al Septentrión, nos enamoró de tal modo y obligó tanto nuestra gratitud que, si yo fuera Rey, lo volvería á colocar sobre la montaña de que se desprendió contra su gusto....

    Porque habéis de saber que, entre la escasa sombra exterior (llamémosla así) que el Peñón proyectaba hacia el Norte á aquella hora, y la sembra interior, hija de su concavidad, resultaba, en medio del reverberante y abrasado desierto, un espacio oscuro, fresquísimo, recamado de húmedas hierbas, y hasta de flores salvajes, capaz de contener, como contuvo, y de consolar, como consoló, simultáneamente, á media docena de caballeros y algunos peones, -por más que el sol pasara á la sazón por aquel meridiano.

    Allí nos guarecimos, sí, los que íbamos á vanguardia, y allí estuvimos como unos príncipes, hasta que llegaron nuestros compañeros y nos relevaron, como era justo; quedándose ellos entonces de guarnición, por otros breves instantes, en aquella umbrosa isla rodeada por un océano de fuego.... -Todos á la vez no habríamos cabido.

    Partimos, pues, nosotros en busca de otro peñón; -pero ya no encontramos ninguno; visto lo cual, y como prenda de cariño, bautizamos á aquél desde muy lejos con el nombre de Peñón de Zorrilla, en conmemoración de estos dos gráficos versos del príncipe de los trovadores modernos:

.... .... .... .... .... ....
al ronco son de bárbara guitarra,
debajo de un peñón de la Alpujarra

    Pero, si no encontramos otro peñón, en cambio pusimos los caballos al galope (a riesgo de que se asfixiasen), con tal de salir de una vez de aquella insoportable rambla.... Y, en efecto, gracias á un remedio tan heroico, pocos minutos después nos vimos al fin libres de ella, arrimados á una altísima montaña y guarecidos á la sombra de dos ó tres corpulentos árboles.

   Allí principiaba una cuesta, que se encaramaba desde luego de roca en roca con dirección á las nubes....

   -¡Por ahí tenemos que subir!....- nos dijo un alpujarreño.

   -¡Mejor! -contestamos los demás, hartos de arena y de llanura.

    Era la famosa Cuesta de Barriales.

    Estábamos al pie de la Contraviesa.



- IV -

Subida á la Contraviesa.- Historia de una uva

    Estábamos al pie de la Contraviesa.... es decir: había llegado el momento solemne de trepar á la gran montaña interior del amurallado recinto alpujarreño, -de la cual el cerrajoncillo que salvamos aquella mañana, nieto suyo e hijo de Sierra de Lújar, no había sido más que un prólogo, o, por mejor decir, un destacamento de caballería ligera, comandado por el impetuoso Jubiley.

    Desde lo alto del Puerto de este nombre habíamos contemplado la línea del Norte de la Alpujarra.... esto es, una octava parte de los misterios que anhelábamos descifrar....- ¡Desde lo alto de la Contraviesa, ó sea desde el eminente Cerro Chaparro, contemplaríamos, como á vista de pájaro, toda la Alpujarra, absolutamente toda, de la frontera del Norte á la del Sur, de la del Este á la del Oeste!

    Así nos lo prometía, por lo menos, en elocuentísimas arengas el joven Cura de Albondón complacido hasta lo sumo al ver el entusiasmo que nos inspiraba aquella poderosa naturaleza de él tan querida.- Hubiérase dicho que era Pedro el Ermitaño, describiendo á los cruzados la hermosura de Jerusalén, á fin de animarlos á sufrir con paciencia las penalidades del camino.

    Emprendimos, pues, la subida.

    Ésta fué asunto de dos horas de reloj, repartidas en mil cuatrocientos metros de desnivel 6 (un verdadero asalto); pero, así y todo, no nos pareció tan ruda como la ascensión al Puerto de Jubiley. -O ya nos íbamos haciendo, como suele decirse en aquella provincia, ó la expectativa de las grandes revelaciones topográficas que nos aguardaban en la cumbre aumentó nuestras fuerzas en aquel otro sendero de palomas.

    Confieso, sin embargo, que más de una vez nos causó horror considerar el aspecto que ofrecía nuestra larga caravana, trepando, arañando, gateando ladera arriba, en redoblado zigzag ó receñidas eses, como una culebra de desmesuradas proporciones.... -Imaginaos, si no, la cosa en su prosaica realidad.

    Si (pongo por caso) ibais de los últimos, sólo veíais sobre vuestra cabeza, á muchos metros de elevación, lucientes herraduras y cinchadas barrigas de mulos ó caballos; suelas de colgadas botas, apoyadas en estirados estribos, y tal vez las ventanas de las narices de algún amigo del alma, ó la parte inferior de las alas de su sombrero.... -¡Espeluznante escorzo, vive Dios! (os decíais llenos de espanto). -¿En dónde se apoyan las bestias para ir subiendo de ese modo por una pared casi vertical? ¿Qué nos pasaría á todos los que marchamos aquí abajo, en esta retorcida deshilada, si por evento cayera uno de los que cabalgan allá arriba? -¡Todos, -os respondíais-, todos iríamos rodando á los profundos infiernos, empujado cada cual por su vecino! -Y, en prueba de ello, de vez en cuando, sentíais caer sobre vosotros menudas chinas (afortunadamente eran menudas), desprendidas por los apurados cuadrúpedos que hacían equilibrios en lo alto....

    Ahora: si, en virtud de haber tomado individualmente por algún breve atajo, creyéndolo menos peligroso, caminabais por ventura entre los más delanteros, y os ocurría mirar por encima del hombro hacia aquella reata de jinetes escalonados á vuestros pies, -todos de perfil, el uno vuelto á la izquierda, el otro á la derecha, y así alternadamente hasta el remate de la procesión, -no podíais menos de reíros en medio de vuestro saludable miedo; pues os parecía que cada uno de los de atrás iba colgado de la cola ó de las patas del caballo del de adelante, formando en suma una de aquellas escalas vivas por medio de las cuales bajan los monos á beber agua á los pozos de los desiertos de África....

    ¡Y en los dos casos, fueseis á la zaga ó la cabeza, no comprendíais cómo habíais subido por donde la retaguardia estaba subiendo, ó cómo habríais de subir adonde ya se encontraba la vanguardia!

    Todo lo cual declaro asimismo (y también lo hubierais declarado vosotros) era todavía preferible al llanísimo arenal de Torbiscon.... -¡Siquiera allí, en la Cuesta de Barriales, en los escalones de la Contraviesa, hacía algún fresco á ratos, corrían ráfagas de aire al embocar con éste ó aquel gollizo remoto, y encontraba uno tal ó cual árbol ó desgajada peña á cuya sombra encender un cigarrillo!


    «Tal ó cual árbol» he dicho; ¡y no era así seguramente como me cumplía expresarme con relación á la Contraviesa! (H). Sus lomas y barrancos ostentaban por doquier, entre otros vegetales menos preciados, dilatadas viñas, extensos bosques de almendros e infinidad de blanquecinas marañas de seculares higueras.

    Uvas, almendras, higos.... He aquí las principales cosechas de aquella zona, al parecer salvaje.- Pero ¡qué higos, qué almendras y qué uvas! -«¡De la Alpujarra!» -se dice en toda Andalucía, como suprema recomendación, al ofreceros esos tres frutos.- Y, para los inteligentes, no hay más que decir.

    Cuando vayamos á Turón, discurriremos especialmente acerca de los higos.- En Murtas tendremos ocasión de juzgar las almendras.- Aquí me toca hablar de las uvas.

    La uva peculiar de la Alpujarra, cuyo prototipo lleva el nombre de la villa de Ohanes, es grande, oblonga, dura...., y pálida y transparente como la cera.

    Esta uva no fué ni será nunca hollada por el pie brutal del hombre, ni se ve compelida, [por consiguiente] ipso facto, á reventar para dar de sí la gran maravilla del mosto....- Tampoco va desde la cepa á los mercados de la provincia, en fresco y apretado grumo que penda luego de la mano de un cualquiera, para que este cualquiera lo desgrane poco á poco, por vía de postre, hasta dejarlo reducido á un esqueleto ó escobajo....- Menos aún envejece y se transforma en arrugada pasa.... como acontece con las uvas de la vecina Costa....- Y ni por casualidad siquiera tiene la desdicha de figurar en eso que se llama un hilo (como si se dijese un kilo de perlas), para pudrirse de impaciencia, colgada meses y meses del techo del harem de un metódico sibarita, empapelada ó sin empapelar, y dando origen á este decir de mi pueblo: «¡Anda.... que eres más tonto que un hilo de uvas!»

    No, señor, no; la legítima uva alpujarreña no llega nunca á ser madre.... (del vino); -ni viene á parar en fácil bacante que sólo dure lo que los festines de Otoño; -ni acaba en solterona que se pase y acartone, como la Eugenia Grandet de Balzac, y sólo sirva á la vejez para sazonar, vestida de oscuro, tal ó cual especie de pouding; -ni es, en fin, jamás emparedada odalisca que espere vez entre otras frutas en la despensa de un goloso, del modo y manera que refiere Lord Byron en el Canto VI de su Don Juan.... -¡La uva de la Alpujarra cumple una misión más noble!- La uva de la Alpujarra se mete monja, vive cenobíticamente, y muere virgen.

    ¿Cómo así?- Vais á saberlo.

    El vendimiador de la Alpujarra principia por construir muchas cajas de madera.- Sube luego á lo alto de su montaña, donde se crían unos magníficos alcornoques, y les arranca la piel.... quiero decir, el corcho.- Muele este corcho hasta pulverizarlo, y con aquella materia, que es el mejor preservativo que se conoce contra la corrupción.... de las uvas, llena las cajas susodichas. En seguida coge unas tijeras, y va cortando de cada racimo, una por una, las bayas más perfectas, limpias y sanas, separándolas para siempre de las otras. Consumado esto, procede á esconder entre el corcho pulverizado, también una por una, y en rigoroso orden, las uvas elegidas, procurando que estén incomunicadas entre sí y con el aire atmosférico. Y, por último, cierra y clava las cajas con el mayor esmero posible, y échase á dormir completamente descuidado, como quien sabe que aquellas reclusas pueden pasar allí años y años sin ninguna clase de detrimento....

    Lo que sucede después no es culpa mía, ni tampoco de las uvas alpujarreñas.- Es culpa del vendimiador y del grado de locura á que ha llegado nuestra pobre Europa. (I) -El vendimiador, después de haberse esmerado tanto en la construcción y disposición de sus conventos de uvas, los saca luego á pública subasta, á modo de bienes nacionales; y como quiera que los ingleses y rusos [y alemanes de que hablamos en Béznar] son [todos] herejes; como además de herejes, son muy ricos, y como, á pesar de ser tan ricos, no [se crían uvas] tienen viñas en su país.... , acontece que compran dichas cajas de uvas alpujarreñas, y ni respetan clausura, ni respetan votos, ni respetan nada!.- Vese, pues, á estas vestales españolas (pálidas y transparentes como la cera, que dije más atrás) morir mártires en las más abominables metrópolis del Norte, devoradas por una especie de osos protestantes, ó cuando menos cismáticos, cuyos dientes, ennegrecidos y desportillados por el escorbuto.... ¡Ah! ¡Qué horror! -No puedo continuar.... (J)

    Resumiendo: las uvas de la Contraviesa se exportan por Almería, Adra ó Motril con destino á las naciones septentrionales de Europa.... (K)


    Por lo que respecta á nuestro viaje ó escalamiento, dicho se está que proseguía sin interrupción.... posible, -mientras que yo me esforzaba de aquel modo por encerrar el universo en una uva.

    Tocábamos ya, pues, casi á la cima de la Contraviesa, y veíamos debajo de nosotros muchas de sus fértiles cañadas (llenas de cortijos y casas de labor), bien que no extensos y remotos horizontes....- En cuestas como aquélla, no se va descubriendo terreno á medida que se asciende; sino que hay que llegar á lo alto para descubrirlo todo de un golpe.

    Nuestra ansiedad era, por consiguiente, extraordinaria cuando, á eso de las dos de la tarde, comprendimos que nos faltaba muy poco para salir á la plataforma de Cerro Chaparro.

    -¡Prepárense ustedes á la gran emoción! (nos decía desde lejos el buen cura con su voz de misionero y su gran instinto dramático)-. ¡Desenvainen lápices y carteras! ¡Estamos llegando á la cumbre!

    Y nosotros sacábamos fuerzas de flaqueza, y se las hacíamos sacar á los caballos, para ganar los últimos escalones de la montaña....

    ¡Llegamos al fin!....

    El cielo avanzó por encima de nuestras cabezas, como un mar que rompiera sus diques, e invadió un inmenso espacio circular, anegando y sepultando bajo sus olas todos los montes que hasta allí nos habían parecido insuperables....

    Sólo nosotros quedamos flotando en el general diluvio.... Sólo nosotros dominamos entonces, en muchas leguas á la redonda, la vacía soledad del aire.

    La Alpujarra entera estaba á nuestros pies.



- V -

Mapa de piedra y agua

    Realizábase, pues, en aquel momento mi deseo de toda la vida. La revelación era completa. ¡Todo el ámbito de la inexplorada región se hallaba descifrado ante nuestros ojos!

    Sí: desde allí descubríamos todo el suelo alpujarreño....orográficamente considerado; esto es, la misma Sierra Nevada, toda la Sierra de Gádor, toda la Sierra de Lújar, y toda la costa, toda la orilla del mar....- ¡Las cuatro fronteras, en fin, de la comarca de mis sueños!

    ¡El mar!.... -¡Calle todo ante su grandeza! -¡Salud al mar, siempre nuevo, siempre joven, siempre el mismo! -¡Salud al mar eterno, indiferente á los estragos que los siglos y los hombres hacen en esta caduca tierra, patria de los calendarios y de los mortales! -¡Salud al mar, que no entiende de razas ni de civilizaciones, y que así acaricia con sus olas el litoral de África como el litoral granadino, y del propio modo se encoge hoy de hombros ante nuestra República ateísta, que ayer se encogía de hombros ante.... ABEN-HUMEYA! -¡Salud al Mar!....

    Pero he exagerado un poco al decir que se veía toda la costa, cuando precisamente lo que había allí de más notable era: -¡que se divisaba una gran extensión del líquido elemento, sin descubrirse por eso sus playas!. Más claro: ¡los oteros australes de la Contraviesa se destacaban sobre la bóveda del mar, -en vez de destacarse, como los otros montes, sobre la bóveda del cielo! - Y digo la bóveda del mar-, porque desde aquella suma eminencia (¡oh maravilla!) veíamos el Mediterráneo...., no debajo de nosotros como una llanura, sino colgado del firmamento como un telón; no tendido en semicírculo horizontal, como resulta cuando se le mira desde sus riberas, sino levantando un enorme arco, ó más bien un enorme disco, sobre la línea del horizonte, cual si fuese una inconmensurable Sierra de agua!

    -Nunca había reparado yo hasta entonces en aquel sorprendente efecto de óptica, -que, si no me engaño, se debe, entre otras causas, á la redondez (tantos siglos desconocida) del planeta en que escribo estos renglones....

    Por cierto que detrás de aquel arco ó mitad de disco, ó sea por encima de él, se percibían vagamente, á pesar de esa redondez de la tierra, algunas cumbres del gigantesco Atlas, rey de los Montes africanos....- ¡Tan elevadas se hallan sobre el nivel del mar! -Pero, como nos constaba que en la prosecución del viaje habíamos de distinguir varias veces, y mucho más claramente que aquella tarde, la que ya hemos llamado Sierra Nevada del Imperio de Marruecos [(pues de algo habría de servirnos trepar, como treparíamos el Miércoles Santo, á la Sierra Nevada de la Península Española)Texto recogido solo en la 1ª edición], aplazamos para entonces todas las consideraciones á que se prestaba aquella exótica lontananza.... aún á los ojos de los que no teníamos parientes moros, judíos, renegados, presidiarios, ni de guarnición en Melilla.

    Reduzcámonos, pues, también ahora á la contemplación de la Alpujarra, dejando en paz el vecino continente.- Miremos, sí (ya que, gracias á Dios, la tenemos ante la vista), la célebre tierra por que tanto hemos suspirado, y no seamos como los ambiciosos ó los amantes, que matan, al mismo tiempo que el deseo, la cosa deseada, y en seguida se ponen á llorar por lo que queda.


    Y bien: desde lo alto de Cerro Chaparro se veía lo siguiente....

    Pero digamos antes lo que no se veía.

    No se veían ni los pueblos, ni las vegas, ni las playas, ni las puntas, ni las torres (¡unas de Carabineros y otras de Faros!) que bordan, según descubrimos más adelante, las solanas y el zócalo de aquellos colosales cerrajones.

    No se veían tampoco (sino vagamente indicados por las curvas y vueltas de un redundante laberinto de cerros y gargantas) los valles interiores de aquella entrecortada tierra, -todos los cuales quedaban ocultos (como en una especie de subsuelo, que dicen las leyes de minas) bajo el recio oleaje formado por tantas sucesivas eminencias.

    Menos aún se veían (aunque se adivinara su trayecto) los prolongados ríos de Cádiar, de Yátor y de Adra, -cuyos hondos lechos seguía la imaginación leguas y leguas, sin más ayuda que el continuo paralelismo con que serpenteaban ciertas y ciertas lomas.

    No se veían, en fin, ni tan siquiera los mismos pueblos de la Contraviesa, á pesar de encontrarnos encima de casi todos ellos.

    ¡Tanto influye la más leve oblicuidad del punto de vista en la perspectiva del dédalo de escarpaduras y derrumbaderos que constituye la Alpujarra!....- como, en el orden moral, influye también mucho en nuestras ideas y sentimientos el punto de partida del rayo visual de nuestras apreciaciones, ó sea el aspecto más ó menos escorzado que nos ofrecen el mundo y la vida!

    Pero, aún así, ¡cuán revelador y cuan interesante era aquel desmesurado mapa de piedra y agua que nos exhibía, en escala natural, el efímero Reino de ABEN-HUMEYA! ¡Cuán imponente resultaba aquel panorama de ochenta leguas cuadradas de tierra firme y de no sé cuántos centenares de leguas cuadradas de flotantes olas, del cual nuestras pupilas sacaban una descompasada fotografía, iluminada y colorida por el pincel de la Naturaleza! ¡Cuán grandioso era, en una palabra, todo lo que se veía!

    Digo más: considerando bien las cosas, veíamos con los ojos del espíritu aún aquello mismo que no se veía; -como se contemplan imaginativamente todas las calles, casas y personas de una vasta población cuando, desde su más empinado campanario, se pone uno á tirar líneas y echar cálculos sobre un piélago de tejados y azoteas....

    Ni ¿qué otra cosa era el revuelto océano de montes que dominábamos desde allí, sino los tejados y azoteas de la Alpujarra, debajo de los cuales estaban sus valles, alias sus plazas; sus ramblas, alias sus calles; sus barrancos, alias sus callejones, y sus pueblos, alias sus gentes?

    Ochenta leguas cuadradas, vuelvo á decir, ocupaban aquellas cordilleras sucesivas, aquellas encrespadas olas inmóviles (semejantes á las que el hielo petrifica en los mares del polo), aquellos ejércitos de cerros, aquellas cumbres amotinadas; verdes unas; pardas otras; blancas éstas; rojas aquéllas; cuáles erizadas de cenicientas rocas; cuáles dentadas de negros riscos; dónde vestidas de aterciopeladas siembras; dónde coronadas de oscuras encinas; aquí dibujándose en el azul del cielo, que resultaba de color de esmeralda comparado con el azul de Prusia del mar; allí destacándose sobre las limpias nieves de Sierra de Gádor, ó sobre los amarillos arenales del Campo de Dalias....

    Verdaderamente, tal espectáculo tenía mucho de extraordinario y maravilloso.- ¡Qué soledad tan engañadora! -Aquel suelo, que no era suelo, sino la techumbre de la Alpujarra, (escondida allí debajo, como una nación de trogloditas), podía compararse á la espesa capa de ceniza y tierra vegetal que disimuló durante diez y siete siglos la supervivencia de Pompeya.- Así es que nuestra curiosidad. de conocer los pueblos y valles alpujarreños subió más y más de punto al ver la tenacidad con que se ocultaban, y sobre todo al oír á nuestros compañeros de viaje hacernos su enumeración y señalándonos con el dedo el lugar en que caía cada uno.... (L)

    Pero concluyamos ya, diciendo algo de la Contraviesa en sí, ó sea de su propia configuración.

    La Contraviesa, es una cordillera secundaria, paralela á Sierra Nevada, y a la costa; lo cual quiere decir que, mientras los demás hijos del Mulhacén corren de Norte á Sur, ella corre de Poniente á levante.- De aquí su particularidad y el llamarse como se llama.

    La Contraviesa, por lo tanto, es también el gran contrafuerte ó antemural del Mulhacén por la parte del Sur, como Sierra Arana, en el partido de Iznalloz, lo es por la parte del Norte.- El río de Fárdes responde al río de Cádiar.

    Para los principales geógrafos españoles (y también en mi humilde opinión), el Cerrajon de Murtas y la Sierra de Lújar, forman parte integrante del sistema de la Contraviesa.- La Contraviesa, tiene, pues, once leguas de longitud, bien que no en línea recta.

    El corresponsal del Sr. Miñano en la Alpujarra (corresponsal que debió de ser un hombre muy ilustrado), le dijo que «las puntas de Carchuna y de Guardias Viejas parecen dos áncoras arrojadas al mar por la Contraviesa para afianzar su estabilidad en el punto que ocupa en la península».- Yo, por decir también algo gráfico, añado: que la Contraviesa parece una pantera enorme, de remendada piel, cuya cabeza es la Sierra de Lújar; cuyas manos se llaman la Punta de Carchuna, y la Sierra de Jubiley; cuyas patas forman los Montes de Adra y los Cerros de Cojáyar, y cuya cola se extiende tanto como el Cerrajon de Murtas.

    Finalmente: la cadena de la Contraviesa es la espina dorsal de la Alpujarra; el eje de su esqueleto; lo que la quilla en un barco, vuelto lo de abajo arriba; lo contrario de lo que sería la misma Contraviesa, vuelto lo de arriba abajo.



- VI -

Singularidad de las montañas alpujarreñas

    No bien nos convencimos de la gran verdad con que termina el capítulo anterior, echamos pie á tierra y nos sentamos al pie de unas robustas encinas que, en unión de los susodichos desollados alcornoques, sirven allí de penacho á la Contraviesa.

    Serían las tres de la tarde. Para bajar á Albuñol, término de nuestra jornada, nos bastarían dos horas.- Podíamos, por consiguiente, descansar en aquella altura, donde hacía fresco, pero en la que, sin embargo, no venía mal la sombra de los árboles....

    Salieron entonces á relucir las naranjas, el vino y las sabrosas pláticas propias de las amistades recientes, todo lo cual revestía una poesía inmensa en aquella región, más frecuentada por las nubes que por los hombres....

    Entre tanto; sumando ya en nuestra imaginación todo lo que acabábamos de ver en globo desde allí y todo lo que llevábamos visto más al por menor desde que salimos de Órgiva, principiamos á caer en la cuenta de la verdadera singularidad de la Alpujarra, -singularidad que la hace diferenciarse esencialísimamente de los demás países montuosos de Europa....

    Entonces uno de nosotros pidió la palabra; y, bien que no tomando un puño de bellotas en la mano como D. Quijote (pues las encinas no daban más que sombra en aquella estación); pero sí tendiéndose á la larga sobre un lecho natural de seco musgo, y fijando los ojos en aquellos árboles seculares que tantas bellotas habrían criado, -enderezó á la reunión (tendida también boca arriba en aquella azotea del globo terrestre) el siguiente elocuentísimo discurso [.... que os aconsejo leáis, puesto que os servirá de clave para entender todas mis pasadas y futuras descripciones de la comarca alpujarreñaTexto recogido solo en la 1ª edición]:


    «Pues, señor, está visto; y se equivoca el que se figure lo contrario: -no basta, ni por asomos, haber recorrido la cadena de los Alpes ó la de los Pirineos (entre las cuales ocupa el término medio, como elevación, la cadena de Sierra Nevada); digo más: no basta tampoco haber contemplado la faz septentrional de esta misma Sierra, para poder figurarse de manera alguna la fisonomía general de los montes y valles que van apareciendo á nuestros ojos.

   »Los Alpes y los Pirineos, y todas las montañas de nuestra zona, ofrecen á la vista un mismo carácter.... más ó menos pronunciado, según su altura barométrica y su latitud geográfica.... pero siempre idéntico en sus rasgos, en su entonación pictórica, en su género poético, en su influjo sobre la imaginación.- Nebulosas cimas, húmedas laderas, espumantes cascadas, brumosos lagos; un ambiente empapado de frescura; un cielo lleno de fantasmas; arroyos por todas partes; misteriosas quebradas, asilo de eternos crepúsculos; esponjadas hierbas, cabañas grises, valles melancólicos, muchas vacas, mucho humo, muchos puentecillos de madera.... y algo, en fin, de yerto, de rugoso, de aterido, de huraño, de atormentado, en la austera vegetación que allí lucha á brazo partido con el inclemente Boreas.... Tales son comúnmente los obligados distintivos de las montañas europeas, así en Santander como en la Toscana, así en Segovia como en el Tirol, así enfrente de Pau como en Suiza, así en la Auvernia como en las Provincias Vascongadas.... (M)

    La Alpujarra, como veis, es absolutamente distinta.- Verdad que aquí hay también nieves (en lo alto de aquella Sierra....), y valles, y ríos, y peñascos, y derrumbaderos, y hasta alguna vez nubes....; pero ¡cuán diferentes todas estas cosas! -El tono, el color, la luz, el ambiente, todo varía aquí por completo.- Un cielo, casi siempre despejado, y de un azul puro, intenso, rutilante, empieza por servir de fondo á todas las decoraciones, disipando con su viva refulgencia vaguedades, misterios, nebulosos contornos, indeterminadas fantasmagorías. Una tierra cálida y enjuta nutre con la sangre de sus entrañas, y no con el lloro de sus peñas, esos manantiales de luz y fuego que se llaman el olivo y la vid, ó los elíseos frutos que roban sus más vistosos colores al iris. Aquestos valles no contrastan con lo petrificado por el frío, sino con lo calcinado por el sol. Aquestas rocas, lejos de sudar agua, funden y acrisolan metales. Las flores son fragantes y valientes, á pesar de la vecindad de los viejos ventisqueros, y el arroyo que baja de las regiones muertas se asombra de encontrarse con las adelfas silvestres ó con las ferozmente grandiosas higueras chumbas, orladas de arrumacos verdes y pajizos, como las princesas etiopes. ¡Ah! La influencia de la Sierra es casi siempre vencida por la de los vientos de África. El sol puede aquí más que la nieve.

    En resumen: así como todas las montañas de nuestra zona parecen hijas del Invierno, la Alpujarra parece hija del Verano.- En lo hondo de los valles de los Alpes y de los Pirineos, se ven, por ejemplo, á la puerta de las chozas, témpanos de hielo rodados de la altura, ó algunas pobres piñas desprendidas de la ladera.... á la puerta de los cortijos alpujarreños veis montones de almendras nacidas cerca de las nubes, ó naranjas sin dueño que se han escapado del terromontero vecino.- Allí se sueña á la luz de la lámpara.... Aquí se duerme á la luz de la luna.- Allí se esculpen, en setiembre, al fulgor de una tea, baratijas de palo.... Aquí, en octubre, se pasan uvas e higos al calor del sol.- Los bardos de aquellas montañas las personifican siempre en deidades de ojos azules.... La Alpujarra es una montaña de ojos negros.- "Montaña" suele implicar la idea de maga, de sílfide, de oréada, de ser quimérico, errante, vaporoso como la niebla.... La Alpujarra es una saludable odalisca, o, cuando más, una peri, una hurí, una divinidad, en suma, de carne y hueso, prometida por El Corán á los méritos de los musulmanes»....


    Terminó el orador, y quedose asombrado al ver que nadie aplaudía ni le contestaba....

    Entonces reparó en que todos sus compañeros se habían dormido.

    Y, por cierto, que (según le contaron después) cada cual soñaba una cosa distinta.... (O)

    Soñaba uno, por ejemplo, que estaba leyendo un libro titulado La Alpujarra, muy parecido al presente, y que al llegar al punto por donde vamos, se había hartado ya de Orografía, Hidrografía, Topografía y demás ramos de la Geografía; -por lo que suplicó al autor no volviese á hablarle de montes y breñas con tanto detenimiento y procurase que la cuarta parte de su obra resultara más variada y entretenida que la Tercera....- Y el autor se lo prometió solemnemente.

    Otro soñaba que ABEN-HUMEYA, el Marqués de Mondéjar, el de los Vélez, ABEN-ABOO, D. JUAN DE AUSTRIA y el Duque de Sesa lo llamaban desde lejos con grandes voces, para que fuese á presenciar los dramáticos lances, recias batallas y amorosas escenas en que estaban interviniendo; -y que él les ofreció correr en su busca tan luego como descansase en Albuñol.

    Soñaba otro que todos los respetables Curas Párrocos de los pueblos de Sierra-Nevada, correspondientes al Partido deUgíjar, nos habían enviado á decir con sus sacristanes que la Semana Santa iba á empezar, y que si no nos dábamos prisa en recorrer los pueblos del Gran Cehel, se frustraría nuestro propósito de conmemorar los Misterios del Jueves y Viernes Santo en las iglesias de la región de las nieves....; -a lo cual habíamos contestado nosotros que descuidasen; que llegaríamos á tiempo. (P)

    En fin: todos dormían y soñaban; y, advertido de ello el orador, no se ofendió en manera alguna, sino que se durmió también a pierna suelta

    Y poco después se durmieron los criados....

    Y así se realizó lo que estaba escrito, de que fuese en lo alto de aquella montaña donde,

sin más testigos que el vecino cielo,
y á la sombra de encinas y alcornoques

(estos dos versos los hice yo al tiempo de dormirme), descabezáramos todos aquel sueño que habíamos sacado íntegro de la inolvidable Posada del Francés.

    [Quedaron, pues, únicamente de pie] Por consiguiente, los únicos seres animados que quedaron en pié, aunque también inmóviles, en la solitaria cumbre de la Contraviesa nuestras silenciosas cabalgaduras...., que, vistas desde abajo, harían el efecto de aquellos grupos de caballos de bronce que en la antigüedad romana coronaban algunos Arcos de Triunfo.

Lámina 6
Lámina VII
....descubrimos á nuestros pies las casas...., unas debajo de otras, como los peldaños de una escalinata....



- VII (Q) -

De cabeza al mar.-
[Las eternas moriscas.-Texto recogido solo en la 1ª edición] Alfornón.- Recuerdos [de África.- Dos] y tradiciones.- Albuñol á lo lejos.- Llegada á Albuñol

    A las cuatro de la tarde montamos á caballo y emprendimos la bajada á la costa.

    ¡Veleidad humana! -Veinticuatro horas antes, no deseábamos más que escalar montañas, medir derrumbaderos, atravesar soledades agrestes, perdernos en inexploradas regiones, y hacer, en fin, todo lo posible por incomunicarnos con la llamada sociedad.... Ya, nuestro anhelo y nuestra impaciencia eran por bajar á terreno llano y expedito, á comarcas fértiles y cultivadas, á la orilla del mar (camino de todas partes).... y por ponernos en íntima comunicación con el mundo de los hombres... y de las mujeres [y de los niñosTexto recogido solo en la 1ª edición].

    Albuñol, el rico pueblo costeño, en que habíamos de hacer noche, empezaba á sonreirnos como expectativa.... Palmeras, flores, frutos, templadas brisas, cómodas viviendas, trato social, Alcaldes, camas, periódicos, comida caliente.... y, á lo lejos, velas en el Mediterráneo, hablándonos de la universalidad de la vida humana y del movimiento del siglo....: -tales habían llegado á ser nuestros dorados sueños, -que, por cierto, se convirtieron pronto en realidad....

    ¡Muy pronto, sí!.... La bajada era allí tan pendiente como áspera había sido la subida por el otro lado.- ¡Aquello era ir ya de cabeza á la playa!....- Así es que, á los pocos minutos, en la cuesta llamada de Alfornon, empezamos á ver otra vez hojas en los árboles, otra vez olivares y vinas, y otra vez blancos cerezos y colorados guindos.... -(Esto de blancos y colorados lo digo por las flores de que estaban cubiertos.)

    Hubo más. En los abrigados barrancos de aquellas vertientes, adonde no pueden llegar nunca los aires fríos de Sierra Nevada, pero en donde tienen libre acceso los cálidos vientos africanos, nos salieron al encuentro las primeras golondrinas de 1872. -Quince días llevaban ya de estar allí, procedentes de la Costa del Moro, sin que todavía se hubiesen atrevido á salvar la Contraviesa, y mucho menos el Mulhacén, para invadir el resto de España en busca de sus antiguos nidos....

    Así nos lo dijo el señor Cura, -el cual añadió luego:

    -Todos los años hacen lo mismo, y, algunos, hasta se vuelven á África, si la primavera alpujarrena se presenta demasiado inclemente. ¡Ya hace dos semanas que las estoy viendo revolotear por aquí, entregadas á sus observaciones meteorológicas ó á sus reconocimientos militares! (R)

    -¡Nobles viajeras, padre Cura! (exclamó el otro).- Son las eternas moriscas.... ¿no es verdad?

    -¿Cómo he de quitarle yo la razón á un poeta? ¡Pero no olvide usted que también son las que arrancaron las espinas de las sienes del Redentor!

    -¡Justamente! Y por eso no las matan nunca los cazadores. ¡Ah! Yo adoro las golondrinas....

    -Y yo también, -dijo un tercero, gran labrador por mas señas, interviniendo en aquel diálogo.

    -A mí me recuerdan siempre -continuó el poeta- aquel Último Abencerraje de Chateaubriand que vino á visitar religiosamente el que había sido Reino mahometano.

    -Pues á mí -repuso el labrador -me limpian la siembra de muchos bichos dañinos....

    -Es un tercer mérito de estas preciosas aves, se apresuró á exclamar discretísimamente el señor Cura.


    Hablando así, llegamos á un Barrio, denominado Alfornon, anejo de un lugar, distante de allí tres kilómetros, que se llama Sorvilan.

    En las 122 casas de aquel barrio no había casi nadie cuando nosotros pasamos. Sólo algún niño que todavía no sabía andar sino á gatas, ó algún viejo que ya se encontraría otra vez en el mismo caso, vimos sentados al sol, en el tramo de tal ó cual puerta, como encargados de custodiar la aldea durante la ausencia de sus moradores....

    Esto trajo á nuestra imaginación aquellos aduares que encontró el ejército del difunto General O'Donnell en las estribaciones de Cabo-Negro, el día de su paso al llano de Tetúan.- ¡La misma soledad, más triste aún que la de los despoblados! ¡El mismo silencio melancólico! ¡El mismo aparente aislamiento y olvido del resto del mundo! -La única diferencia que existía entre los aduares africanos y el barrio alpujarreño, era que los habitantes de aquéllos los habían abandonado para guerrear, y los de éste para cultivar las laderas de los montes circunvecinos.

    -Pero ¿y las mujeres? -me diréis.

    ¡Pobres mujeres! -Las de los aduares estarían escondidas durante aquel sangriento combate en las fragosidades de Sierra Bermeja.- Las de Alfornon habrían ido á Sorvilan por avío, á algún arroyo á lavar, ó á los cerros de las cercanías á llevarles la comida á sus maridos, padres y hermanos....


    [Todavía tuvimos que volver á subir á las regiones del perpetuo invierno antes de bajar definitivamente á las del perpetuo verano; pero,] Después de salvar laa últimaa defensaa de los agonizantes montes, tornamos á complacernos en la creciente hermosura y progresiva templanza del terreno á que descendíamos.

    Las doradas flores de la áspera y punzante abulaga, que sólo abren en mayo en la que desde allí podíamos llamar Andalucía del Norte, cubrían ya los cerros y las lomas con su brillante y escandalosa vestimenta. La pita, gradación anterior á la higuera chumba en el termómetro vegetal, brotaba otra vez enérgicamente en las laderas de los precipicios, mientras que el olivo y la vid volvían á proclamar en todas partes el absoluto imperio del sol....-Sin embargo, lo que más nos distrajo y entretuvo en aquel rápido descenso (por la gráfica y material idea que nos dio de la variedad de climas y temperaturas que íbamos atravesando), fué la gradación de higueras que recorrimos con la vista en el espacio de dos ó tres kilómetros. -Primero las hallamos sin asomo alguno de vida, [deshojadas] desnudas y secas, como blancos esqueletos, ó más bien como fósiles de una antigua vegetación, más abajo, [las higueras] ya tenían yemas; más abajo, las encontramos cubiertas de breves y rizadas hojillas; más abajo, vestidas de amplias y lujosísimas hojas, y, por último, cerca ya de la Rambla de Albuñol, estaban cuajadas de adolescentes higos, cuando no de maduras y ya comestibles brevas....

    [Mas no hablemos todavía de aquella apetecida rambla; que, antes de llegar á ella, aún hemos de bajar muchos escalones, y la menor distracción pudiera costarnos una celebridad....] Antes de solazarnos en aquella apetecida rambla, aún tuvimos que bajar muchos escalones, tan empinados y dificultosos, que la menor distracción hubiera podido costarnos una celebridad.... á que no aspirábamos en manera alguna.

    Dígolo, porque á nuestra izquierda se halla el célebre Tajo del Veredon, desafiado, si es permitido hablar así, por una de las sendas más atrevidas que hayan abierto las abarcas de los pastores.... - Encima de aquella estrechísima vereda se levanta un desmesurado monte vertical, llamado el Cerro de Álvarez. ¡Debajo, se descubren las tinieblas de un espantoso abismo, que muchos suponen llega á los antípodas!

    Pues bien (y ya.... no de cuento, sino de sucedido): en lo más escarpado e inaccesible de la ladera de aquel cerro, se ven todavía las estacas que clavó Álvarez para subir á robarles su miel á unas abejas. -La subida le fué posible; pero, al bajar, colgado de una soga que sujetó en lo alto, rompiose ésta.... y el infeliz desapareció en la sima.... ¡camino de la Nueva Zelanda! -Un trozo de la soga rota, pendiente de una de las estacas á modo de resto del dogal de un ahorcado, fué el único indicio que quedó de aquella desventurada empresa.... Pero esto sólo bastó para que el nombre de Álvarez se hiciese tan inmortal como el de Chéops, yendo como va ya unido á la existencia de aquel cerro, -monumento de su gloria, no menos alto y sólido sin duda alguna que la gran pirámide de Djizeh.... ¡Y todo por haber muerto cometiendo un robo!.... -¡Cuán fácil es pasar á la posteridad!

    Ni paran aquí las historias del Tajo del Veredon.- Más allá del Cerro de Álvarez, se ve el de las Covezuelas, que sirve de asiento al Cortijo del Padre Francisco.- Dirigíase á este cortijo una viejecita con un saco de lentejas, y, habiéndose despeñado, nacieron y fructificaron las lentejas antes de que el cuerpo de la viejecita llegase al fondo del Tajo.... -Señores: ¿estará profunda la sima?




    Comentando íbamos éstas y otras consejas populares, cuando á todo lo largo de nuestra cabalgata resonó el suspirado grito: «¡Albuñol!» en el mismo tono con que los cruzados debieron gritar: «¡Jerusalén!» desde lo alto de los montículos que la dominan, ó como los compañeros de Colon gritarían: «¡Tierra!» la madrugada del 12 de Octubre de 1492 ó como los soldados de O'Donnell gritaron: «¡Tetuán!» desde las susodichas alturas de Cabo-Negro.

    Reconozco que estas tres comparaciones son demasiado superiores á la cosa comparada; pero la verdad es que Albuñol, visto, como nosotros lo veíamos, muy á lo lejos aún y todavía desde una grande altura, no era, materialmente considerado, menos bello, seductor y atractivo que con cuyo general aspecto tenía un extraordinario parecido.

    La blanca villa alpujarreña, iluminada por el sol Poniente, parecía un puñado de mármoles rotos, restos de una titánica edificación, arrojados en la combada pendiente de una loma.- Esta loma relacionábase luego en apariencia, por ingentes peldaños sucesivos, con el Cerrajón de Murtas, detrás del cual asomaba todavía Sierra de Gádor su encanecida cabeza.

    El mar dista de Albuñol cerca de una legua; pero desdeAlbuñol hasta él se puede ir de paseo por una especie de calle natural, muy llana y anchurosa, que termina en el puerto, castillo y lugar de La Rábita.- La Rábita es, por consiguiente, el Grao de Albuñol.

    En cuanto á la que hemos llamado calle natural, no es otra cosa que la rambla á que da nombre aquella villa; arenosa faja de llanura que penetra desde la playa hasta el corazón de la Contraviesa, ondulando entre las montañas de uno y otro lado.... -Nosotros bautizamos, pues, desde luego á la Rambla de Albuñol con el dictado de Boulevard de la Alpujarra; dictado muy merecido, si se atiende á que en ella desembocan otras calles (vulgo ramblas) de segundo orden; á que es lo más desahogado y transitable del país (exceptuado el terreno de Ugíjar); á que está formada por amenísimas huertas y valiosos cortijos; y á que ha sido (dicen) recorrida (no se sabe fijamente cuándo) por cierto aparato con ruedas (¡ruedas en territorio alpujarreño!), que conducía bañistas á la Rábita....- «Carruaje» quiere decir este circunloquio.

    Pero mañana hablaremos de tales cosas. Contentémonos á la presente con haber acabado ya de bajar y no tener por hoy que volver á subir: contentémonos con encontrarnos en la Rambla de Albuñol, que es como aquí se llama todavía la que más abajo es Rambla de Albuñol: contentémonos, finalmente con estar ya casi al nivel del mar, en plena Primavera, casi en plena África, y en la hora más dulce y apacible de una hermosa tarde....

    Serían las cinco y media.

    El sol había desaparecido para aquel valle, aunque todavía doraba las alturas.

    La tierra, libre ya de la abrumadora presencia del astro rey (que allí es un rey tan absoluto como inexorable), principiaba á respirar y desentumecerse, inundando el aire de balsámicas esencias y placidísimos rumores.

    Por la rambla corría, dividido en dos ó tres brazos, un arroyo de agua cristalina, que difundía por todas partes amenidad y frescura....

    ¡Delicioso término de jornada!

    Los caballos sacudían las crines alegremente, saludando el fresco de la brisa, la reaparición de la llanura y la proximidad del pienso....

    Y nosotros abusábamos de su entusiasmo, poniéndolos á galope, á fin de llegar á Albuñol antes de que acabase de oscurecer.

    Llegamos al fin....-pero ya era noche completa; por lo cual sólo os puedo decir que fuimos recibidos con los brazos abiertos por nuevos e inolvidables amigos, y que en aquel punto y hora tuvimos la dicha de conocer al buen caballero cuyo nombre figura el segundo en la dedicatoria de este libro, y con quien muy luego había de ligarnos un cariño del alma que durará tanto como nuestra vida.- ¡Tal y tan grande hubimos de encontrar bien pronto, en gravísimos sucesos ajenos al argumento de la presente obra, aquel corazón de león, que me honro y honraré siempre de haber estrechado contra el mío!

    [Con que buenas noches, lectores.- Vamos á acostarnos; que tiempo tendremos mañana de estudiar la villa de Albuñol] Con que demos aquí punto, mis queridos lectores, á la historia de aquel segundo día de viaje (como nosotros se lo dimos metiéndonos en seguida en la cama), y dejemos para la historia del día siguiente el estudio y pintura de la semi africana villa de Albuñol.





FIN DE LA TERCERA PARTE


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