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Juan Manuel JEREZ HERNÁNDEZ
Escuela Universitaria de Enfermería
«Virgen de las Nieves». Granada
Publicado en Demófilo, Revista de cultura tradicional de Andalucía, núm. 18 (1996)
En La Alpujarra se celebran en la actualidad 14 funciones de Moros y Cristianos, todas dentro de las fiestas patronales. El principal protagonista es el santo patrón de la localidad, que es solicitado primero y luego conquistado por los moros en la primera parte de la función, hasta que es rescatado por los cristianos en la segunda parte.
Los personajes principales de cada bando son rey, general, embajador y espía. Las tropas, están integradas por jóvenes y niños, pero con importante participación de personas mayores. Aquí es donde está apareciendo el sexo femenino, compuesto por niñas y adolescentes. La indumentaria se caracteriza por la ausencia de riqueza, libertad en la decoración y algunos importantes anacronismos. En los texto siempre figura la queja de los moros por su expulsión de España, bravatas de ambos bandos y curiosos anacronismos históricos. Pero lo fundamental es la exaltación de la religión católica y la conversión de los moros producida por propio convencimiento, con ayuda de fuerzas sobrenaturales.
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Aproximación al conocimiento de La Alpujarra
Entre la vertiente meridional de Sierra Nevada y el Mar Mediterráneo, en cuyas orillan caen, casi a pico, las sierras de Lújar, Contraviesa y Gádor, se extiende La Alpujarra o Las Alpujarras, una zona de acusada personalidad geográfica, que formó parte del antiguo Reino de Granada y fue fraccionada con la división provincial, entre las de Granada y Almena, ocupando el sureste de la primera y el suroeste de la segunda.
Si bien hoy existe bastante controversia sobre la extensión real de la comarca, sobre todo en sus límites orientales, considerándola en toda su amplitud, La Alpujarra consta de 60 municipios, integrados por unas 120 localidades y un importante número de cortijadas, hoy poco habitadas.
Se estructura en tres grandes franjas horizontales. La ladera sur de Sierra Nevada o Alpujarra Alta, un valle intermedio o Alpujarra Media y la franja costera, o Alpujarra Baja, con pueblos en las montañas de la Contraviesa o en el valle de río Adra y otros en la costa o cerca de ella. Se trata, pues, de una abigarrada región montañosa, de paisaje accidentado y salpicado de contrastes, como resultado de su secuencia climática.
Hay en su breve extensión pueblos situados por encima de los 1.000 metros Capileira, Trevélez, Bayárcal ; otros de altitud media como Ugíjar, Cádiar y Orgiva y algunos cerca del mar o en sus orillas, como Berja, Adra y Albuñol. Los pueblos de altura media y baja, situados en el centro de subcomarcas o zonas de mayor homogeneidad, son los mas grandes y desarrollados, centralizándose en ellos la actividad comercial y de servicios. Los de mayor altura, situados en la laderas de las montañas y generalmente orientados al sur, son mas pequeños, menos poblados, carentes de servicios y de escaso comercio.
Es una comarca netamente agrícola, con una economía cerrada y autárquica de tipo familiar y estricto consumo, con predominio de la pequeña propiedad como complemento del subsidio de desempleo y, sobre todo, de los jornales trabajados en la zona más oriental, también denominada Poniente almeriense, donde el cultivo en invernaderos ha venido a evitar la pobreza y definitiva decadencia de una zona de duras condiciones de vida y, hasta hace poco, de gran número de emigrantes dispersos por América los mas antiguos, por Cataluña y Centroeuropa los posteriores y hacia el Poniente almeriense los últimos.
La historia alpujarreña está en consonancia con la originalidad de su marco físico, el cual ha actuado como refugio para resistir a los que intentaban penetrar en su interior, habiendo sido escenario de rebeliones y hechos singulares que han contribuido decisivamente a conformar el carácter y personalidad de sus gentes.
Si bien han sido varios los asentamientos humanos y las diversas culturas que se han sucedido en la comarca, la historia cobra todo su protagonismo bajo el dominio musulmán. De esta época procede la unidad territorial que configura a La Alpujarra como comarca históricamente consolidada. Tras la conquista de Granada, La Alpujarra pasa a ser el refugio del último rey árabe, Boabdil, quien instala su corte en Cobda de Andarax, hasta que es expulsado del territorio español. La Alpujarra queda, entonces, en manos cristianas, pero con una gran población de musulmanes, convertidos al cristianismo por la fuerza, denominados moriscos, los cuales, en realidad siempre fueron considerados como enemigos internos y se les sometió a una discriminación y una opresión creciente en todos los aspectos de la vida social, lo que provocó su rebelión a finales de 1568 en gran parte del Reino de Granada, pero con mayor incidencia en La Alpujarra, donde pretendieron instaurar un nuevo reino árabe.
Al cabo de una larga guerra a sangre y fuego, caracterizada desde el principio por la crueldad y el deseo de eliminar a todos los indígenas del reino de Granada, los ejércitos de Felipe II acabaron con los rebeldes, que fueron expulsados del territorio español, produciéndose una despoblación casi total de La Alpujarra, que hubo de ser enteramente repoblada por cristianos viejos. Pero hasta bien entrado el siglo XVIII, esa zona estuvo expuesta a los desembarcos y ataques de los piratas musulmanes, muchos de los cuales eran moriscos que habían sido expulsados anteriormente de toda España.
Su convulsa historia y tan densa orografía, que han significado una serie de barreras protectoras dificultando el acceso de influencias foráneas, han propiciado la lenta incubación y el aislamiento de la cultura alpujarreña durante siglos, lo que ha permitido la supervivencia de tradiciones folklóricas en la pureza de su concepción original.
Las fiestas de moros y cristianos
Entre las manifestaciones folklóricas de esta comarca, destacan como festejos singulares, funciones dramáticas, representando las luchas del cristianismo contra la Media Luna o los «enemigos de la Fe», denominadas fiestas de Moros y Cristianos, que si bien varían en cuanto a contenido del texto, número de personajes, manera y lugar de representación, etc., el estudio comparativo que hemos realizado revela unas claras temáticas comunes y la misma estructura básica. Son las únicas funciones de teatro popular que se celebran en esta comarca, a excepción de una representación de la Pasión de Cristo que tiene lugar en Albuñol cada Semana Santa.
Tenemos fundamentos para pensar que antaño estas representaciones tenían lugar en la mayoría de las localidades alpujarreñas; hoy se celebran solamente en catorce de ellas (ver cuadro 1), algunas de las cuales han sido rescatadas, con toda su pureza, después de años de ausencia (Jorairatar, Cherín). Mientras que en algunos pueblos, como Bubión y Mecina Tedel, se han dejado de celebrar después de haber sido recuperadas, en otros (Turón, Cojáyar, Juvíles y Murtas) se celebran intermitentemente, con riesgo de desaparecer.
No se conoce con exactitud el origen de esta fiesta, si bien, como afirma Roland Baumann, la fiesta de Válor está documentada desde 1694 (1). Hay datos para considerar que en el siglo XIX estas fiestas tuvieran gran esplendor, probablemente por la influencia en el desarrollo de las múltiples guerras y la consiguiente mentalidad belicista que imperaba en aquel tiempo, como lo atestiguan las ropas de los principales personajes cristianos de la mayoría de los pueblos y los toques de tambor que acompañan a la fiestas de Laroles que, según sus protagonistas, provienen de himnos de los generales liberales del pasado siglo Riego y Torrijos (Jerez, 1992: 86).
Distribución geográfica
La localidades en que se celebran actualmente se sitúan en la parte central de la comarca, precisamente la zona que mejor conserva las características más genuinamente alpujarreñas: siete están ubicadas en la ladera sur de Sierra Nevada, cinco en la Contraviesa y dos en el valle del río Adra. De la zona occidental se recuerdan fiestas, ya perdidas, en dos localidades, y otras dos en la oriental.
Lo más típico es que se celebren en la plaza principal del pueblo. Moros y Cristianos de Válor.
Las tropas están integradas por jóvenes y niños, con ropas para cuya confección bastan unos viejos almohadones, una camisa blanca y suficiente imaginación para la decoración. Moros y cristianos de Bayárcal.
De las localidades en que se celebran, 4 son anejos o barriadas, una entidad local menor y ocho cabeceras de municipio. Hay dos municipios, Nevada y Ugíjar, que celebran función en dos de sus localidades: Laroles (cabecera) y Picena (entidad local menor) en el primero y Jorairatar y Cherín, ambas barriadas, en el segundo. La localidad de mayor censo es Albondón, con unos 1.500 habitantes; el resto tienen todas menos de 1.000, incluso existe una localidad sin ninguno de ellos, Benínar, pueblo que quedó sepultado por las aguas del pantano de su nombre, a cuyas orillas, acuden cada año, para celebrar las fiestas patronales, sus antiguos habitantes, dispersos hoy en otros municipios.
Esta circunstancia coincide con el resto de Andalucía, donde es excepcional que se celebren estas funciones en núcleos superiores a cinco mil habitantes, con la modestia como característica (Rodríguez Becerra, 1985: 149), a diferencia de Levante, donde son grandes localidades las que celebran estas fiestas, abundantes en lujo y suntuosidad.
Motivo
Todas las funciones tienen lugar dentro de las fiestas patronales que, aunque por si solas no llenan todo el tiempo festivo, constituyen el acto principal y eje de toda la fiesta, siendo motivo de atracción para propios y visitantes, generalmente oriundos del pueblo emigrados, que retornan temporalmente para las fiestas, y vecinos de algunos pueblos colindantes.
El protagonista principal es siempre el patrono de la localidad, que es solicitado por los moros, primero sin éxito y luego conquistado a la fuerza, hasta que es rescatado por los cristianos. Las fiestas actuales se dedican a diez santos (masculinos), dos vírgenes, un Cristo y la Santa Cruz. San Antonio de Padua y San Sebastián están presentes en dos funciones (véase cuadro 1).
Breve descripción de la fiesta
El drama va siempre vinculado a la procesión. El castillo de tablas y la imagen, que forman parte del escenario, son los blancos de la invasión sarracena. La embajada mora pide la entrega de ambos, lo que niegan los cristianos, resolviéndose el pleito en la primera batalla que ganan los moros, logrando sus objetivos, con lo que finaliza la primera parte de la función. La misma tarde, o al día siguiente, los mismos acontecimientos se repiten, pero con los papeles invertidos. Los cristianos reconquistan el pueblo y sus símbolos: el castillo y la imagen del santo. La función termina con la conversión de los moros y oraciones comunes al patrón, quedando así resuelta la lucha entre las dos razas.
Localidad | Municipio | Provincia | Fecha | Motivo |
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Albondón | Albondón | Granada | 25 de agosto | San Luis Rey de Francia |
La Alquería | Adra | Almería | Vlt. fin sello | Virgen agosto Angustias |
Bayárcal | Bayarcal | Almería | 3, 4 diciembre | S. Fco. Javier |
Benínar (pantano) | Berja | Almería | 16 agosto | San Roque |
Cojáyar | Murtas | Granada | 13 junio | San Antonio |
Cherín | Ugíjar | Granada | 24 agosto | San Bartolomé |
Jorairatar | Ugíjar | Granada | 3° fin sello agosto | Arcángel San Gabriel |
Juviles | Juviles | Granada | 2° fin sem. agosto | San Sebastián |
Laroles | Nevada | Granada | Fin semana | San Sebastián |
Murtas | Murtas | Granada | 2 y 3 mayo | Santa Cruz |
Picena | Nevada | Granada | 11 y 12 septiembre | Virgen del Rosario |
Trevélez | Trevélez | Granada | Sábado próx. 14 de junio | San Antonio |
Turón | Turón | Granada | 25 de abril | San Marcos |
Válor | Válor | Granada | 15 septiembre | Cristo Yedra |
El tiempo y el espacio festivo
Las dos partes en que se divide la fiesta están separadas generalmente por un descanso de duración muy variable, entre la brevedad de Trevélez, los minutos que tardan los personajes en realizar una veloz carrera hacia las afueras del pueblo, hasta 24 horas como sucede en Bayárcal, Laroles, Picena y Válor. En el resto de las localidades, la función tiene lugar la, primera parte, por la mañana, y la segunda, por la tarde.
En Turón se celebra después de encerrada la procesión, en presencia del cuadro de la imagen del santo y la Virgen; en Trevélez antes de la procesión, que sale inmediatamente después de la función; en Válor es al día siguiente de la procesión, por lo que para que la imagen esté presente, colocan en el castillo un viejo cuadro del Santo Cristo; en Benínar, sale la procesión cuando ha terminado la segunda parte de la función, y en el resto la función se intercala en la procesión; en Cojáyar, Albondón y La Alquería, el santo no se encierra en la iglesia hasta que no ha terminado la segunda parte, que se celebra por la tarde, por lo que la imagen ha de quedar custodiada por las tropas moras. En Bayárcal, Laroles y Picena, sale la procesión cada día para celebrar cada parte de la función, destacando el caso de Laroles en que además de las relaciones se celebra una guerrilla en el transcurso de la procesión.
En cuanto al espacio festivo, es bastante variado: Siempre es al aire libre, y lo mas típico es que se celebre en la plaza principal del pueblo, donde suele ubicarse el grueso de las fiestas, pero en otras, como Picena y La Alquería, se sale a las afueras: a una era en la primera, y al cauce seco de un río en la segunda, para lo cual deben trasladar la imagen en procesión y acondicionarle un templete hecho con ramas de palmera, sábanas y colchas. En Cherín se hace en el patio de una escuela. En Laroles la función principal se celebra en la plaza del ayuntamiento, pero tiene lugar en cada una de las partes una guerrilla, independiente de las batallas de la función principal, en unos cerros de las afueras del pueblo, al paso de la procesión por la carretera contigua. Hay algunos pueblos que tienen un espacio mixto: así Jorairatar, Cojáyar y Mecina Tedel, celebra la primera parte en la plaza de la iglesia y la segunda a las afueras del pueblo, donde se supone que los moros tienen secuestrado el santo. En Cojáyar y en Trevélez salen las tropas al campo, persiguiéndose, si bien en esta última no se trata exactamente de una persecución, sino de una carrera de caballos, donde los protagonistas demuestran la habilidad que no muestran con las armas, ya que la batalla apenas es significativa.
Los espectadores no tienen en ningún caso asientos ni lugar concreto asignado; observan desde donde pueden: balcones, terrados (2), árboles y, sobre todo, alrededor de la función e incluso, entrometiéndose en ella.
Protagonistas
La participación de los vecinos del pueblo suele ser amplia. Pero los protagonistas reales son generalmente hombres jóvenes, si bien no es rara la participación de los mayores.
Los personajes principales de cada bando son rey, general, embajador y espía, si bien no es rara la ausencia del rey, sobre todo cristiano, siendo, en este caso el general el personaje de mayor autoridad.
Las tropas están integradas por jóvenes y niños, pero con importante participación de personas mayores. Aquí es donde está apareciendo el sexo femenino, compuesto por niñas y adolescentes.
En algunas funciones existen otros personajes secundarios, generalmente graciosos, como el Mahoma de Jorairatar, los diablillos de Trevélez o los espías de Válor. Se sabe que antaño existían uno o varios personajes que recogían heridos en la batalla, como en Picena y Válor.
Estos papeles se reparten sin norma concreta; suele haber un acuerdo con los mayordomos, organizadores de toda la fiesta, para la interpretación de los personajes principales o ellos son quienes buscan a los actores de entre los varios expertos en cada uno de los papeles que existen en cada pueblo. En cuanto a la tropa, es generalmente de participación espontánea.
Hoy suelen ser personas del pueblo, sin ninguna significación social, dándose frecuentemente el caso de coexistencia entre gentes de distinto nivel sociocultural, pero tradicionalmente han sido personas de clases modestas, muchas veces analfabetos que han necesitado aprenderse de memoria el texto oído de sus antecesores. En algunos casos los personajes principales cristianos han sido hombres de clases más acomodadas, mientras que los moros, sobre todo las tropas, han sido de clases mas modestas, a veces porque vistiéndose con tal atuendo durante todas las fiestas, se ahorraban el coste de la ropa nueva que suelen estrenar para esos días, comiendo y bebiendo a costa de la organización.
La gran diferencia de prestigio entre el cristiano y el moro, hizo antaño que el primero siempre fuese gente de mayor consideración social dentro de la comunidad. Este tiene un papel más marcial y ordenado, mientras que el moro es más anárquico, por lo que es más propio de gentes más alegres. En la actualidad, estas diferencias se están invirtiendo: los jóvenes ha perdido la antigua mentalidad belicista y el militarismo asociado a los valores masculinos. Hoy prima más en antimilitarismo, plasmado en la creciente extensión de la objeción de conciencia; la vida de los jóvenes es más indisciplinada, descuidando la imagen de hombrecito formal, y por eso se tiende más a buscar el papel de moro, que tiene más libertad para divertirse durante las fiestas.
Por otro lado, las diferencias entre lo masculino y lo femenino son cada vez menores; la mujer ha abandonado su tradicional papel pasivo e intenta, con éxito, conseguir los papeles profesionales y sociales del hombre, incluso su participación en las fuerzas armadas. Es lógico que también pretenda homologarse a él en su participación en las fiesta, como reflejo que es ésta de la sociedad, por lo que también quiere desempeñar el papel de soldado, generalmente con buen derroche de marcialidad -cosa impensable hace apenas diez años- y combatir en una guerra fingida. No obstante, la mujer no pierde tan fácilmente su interés por la imagen y la elegancia en el vestir, y eso hace que la mayoría de las jóvenes que participan en la fiesta hagan el papel de tropa mora, cuya indumentaria es mucho más vistosa que la cristiana.
Pero hay dos importantes excepciones en esta generalidad de reparto de papeles: por un lado en Válor, pueblo bastante conservador, se hace por transmisión de padres a hijos; el hijo del moro será siempre moro y el del cristiano, cristiano. Aquí la función de Moros y Cristianos antes «era un asunto serio, un ritual militar en el cual la élite del pueblo mostraba su brío y dominio de su palabra. Representaba delante del pueblo la victoria de su creencia y de su jerarquía sobre las turbas sin disciplina y sin religión» (Baumann, 1985), lo que puede interpretarse como que la élite, las clases privilegiadas pretendían demostrar su superioridad, no sólo económica, sino educacional, ante el pueblo sin cultura ni categoría.
Otro caso es el de Picena: allí las niñas participan como tropas en un bando, y los niños en otro; si bien está más o menos establecido que los bandos sean alternativos cada año, suele haber algunas discrepancias que abocan en adjudicar a las niñas el bando moro en más ocasiones de las establecidas -el bando de la raza inferior- según los textos. Y esto ocurre en un pueblo donde el cincuenta por ciento del censo son niños o jóvenes en edad estudiantil, con una media de cinco o seis hijos por matrimonio y con una población de especial idiosincrasia, donde la tradicional dominación del hombre es evidente. Los niños han de pelear contra las niñas, demostrando su fuerza y habilidad masculina, en un juego precursor del posterior y casi inmediato acercamiento.
Indumentaria
Personajes principales:
Tropas:
Podemos resumir en dos las características de la indumentaria: ausencia de riqueza y vistosidad excesiva, ya que el alpujarreño no busca demostrar poder económico alguno. Existencia de anacronismos y elementos distorsionantes, ya que los alpujarreños no le dan importancia a la autenticidad en la indumentaria, sino a su concepto de la participación y al respeto de la tradición.
Esos aparentes anacronismos pueden explicarse si aceptamos que el origen de las fiestas de moros y cristianos se encuentra en las soldadescas o desfiles de las que las milicias populares celebraban en las ocasiones festivas, para mantener la forma y disparar sus armas periódicamente, para lo cual, naturalmente, usaban los trajes militares de su época, no siendo lógico ni necesario recurrir a indumentaria histórica.
La diferencia entre tropas moras y cristianas puede basarse en que las últimas que representan la ley y el orden son muy disciplinadas, en las cuales el hombre joven, o recuerda su época de servicio militar o la anticipa si aún no la ha vivido, como repetición anual del rito del paso de niño a hombre y demostración ante el público, sobre todo el femenino, de sus cualidades de varón, yeso se logra con uniformes militares actuales y no con ropas antiguas, que para ellos pueden ser disfraces que restan seriedad a su función, sintiéndose ridículos.
Las tropas moras, por el contrario, suelen tener una actuación más irregular, indisciplinada y divertida. Para ello es más adecuado un disfraz más vistoso, incluso con elementos jocosos.
Los textos
La parte recitada de la función constituye lo sustancial de la misma y se denomina «relaciones», desarrollándose en el lugar principal de la acción junto a lo que simboliza el castillo, con un bando en él y otro enfrente, excepto algunas escasas escenas que tienen lugar en lo que simboliza «los campamentos».
Los textos son generalmente anónimos y los actores los saben de memoria, habiendo sido costumbre que los aprendieran por tradición oral, si bien la mayoría de los pueblos disponen hoy de un texto escrito, que se utiliza en los ensayos y para que los nuevos actores vayan aprendiendo previamente el papel.
De los textos primitivos poco debe quedar en la actualidad, pues muchos se han perdido, y todos han sufrido numerosos retoques, incluso sustituciones, además del desgaste propio de su transmisión oral.
El esquema es el mismo en todos los pueblos, existiendo, incluso frases y a veces grandes párrafos coincidentes en algunos lugares, sobre todo los más cercanos entre sÍ, lo que hace pensar que la mayoría de ellos tienen un origen común o se han producido plagios.
Los textos muestran que los moros, a través de su embajador, inician un parlamento en el que piden les sean entregados plaza, castillo e imagen, aludiendo a su derecho histórico. Los cristianos se lo deniegan, en medio de conversaciones llenas de bravatas y exaltación de sus respectivas religiones. Sucede la batalla, que en muchos de los pueblos se desarrolla con estruendoso s disparos de fogueo. Ganan los moros, lo cual se materializa con la sustracción de la bandera y la toma del castillo, poniendo fin a la primera parte.
En la segunda parte, el santo, la plaza, los símbolos y algunos prisioneros están en manos de los moros, que ocupan el castillo; los cristianos se lo reclaman con amenazas hasta que vuelve a producirse la batalla, que ganan los cristianos. Pero durante ella los moros observan la intervención sobrenatural del santo en cuestión y, a veces, de la Virgen y/o Dios, lo que les hace reflexionar acerca del verdadero mensaje divino, produciéndose la rendición y la conversión, que, naturalmente, los cristianos ven de buen grado, hermanándose todos. En los caso en que la función tiene lugar intercalada con la procesión, ésta vuelve a la iglesia acompañada por todos los participantes en la función.
Sin salirse del esquema común, hay textos en que se introducen historias concretas, como en Bayárcal, donde se representa el triunfo del Ave María, o en Laroles, con la historia de Guzmán el Bueno, o trozos literarios conocidos, como el del romance de Abenhamar en el texto de La Alquería, la salve del Triunfo del Ave María en el texto de Mecina Tedel, o la arenga de Laroles, que se dice fue copiada de un discurso del general Espartero. Existen también numerosos anacronismos, mezclando personajes y acontecimientos históricos de diversas épocas, como Aben Humeya y Guzmán el Bueno de Laroles, incluso haciendo referencias a acontecimientos muy posteriores a los hechos que se representan, como las alusiones a Zaragoza, San Marcial y la «España liberal» del texto de Cojáyar.
En todos los texto son comunes las siguientes hechos:
A modo de conclusión:
La Alpujarra, como sabemos, fue el último reducto árabe en España, donde permaneció hasta su expulsión tras la rebelión de 1568, produciéndose intentos de vuelta clandestina. Para conservar los pueblos fue necesario repoblarlos con gentes venidas de otros sitios y desconocedoras de este tierra y sus costumbres; era lógico que estos repobladores tuviesen miedo de verse invadidos y atacados por los árabes andaluces en el exilio, miedo acrecentado tras el desembarco de los Turcos en Adra en 1620, que saquearon la población (Tapia, 1989,401-413) Y tras una victoria inicial fueron luego vencidos por milicias concejiles de varios pueblos de La Alpujarra; un desarrollo de los hechos tal y como sucede en todas las funciones de Moros y Cristianos.
Por este motivo, es muy probable que en La Alpujarra, las fiestas de Moros y Cristianos comenzaran como un simulacro de guerra, un ensayo ante la posible vuelta de los indígenas exiliados. Los colonizadores cristianos pretendían representar en las fiestas sus temores y sus deseos de victoria militar y religiosa, a la vez que quisieran preparar al pueblo ideológicamente para combatir al posible enemigo y hacedle confiar en que, llegado el trance, no cabría la posibilidad de derrota, pues Dios les ayudaría en el triunfo de la Fe.
Así se explica el mensaje de maniqueismo, intolerancia y racismo que se aprecia en todos los textos. Un mensaje en plena vigencia en sus orígenes y hasta mucho tiempo después, en que se volvieron a vivir los duros enfrentamientos ideológicos que culminaron con la última guerra civil.
En la actualidad, de un análisis objetivo de los textos, descontextualizados de la fiesta en que se representan, podemos deducir que ese mensaje es terriblemente negativo para la educación en democracia, resultando extremadamente peligroso en la situación actual de renacimiento de los sentimientos xenófobos entre determinados colectivos, a la vez que se está produciendo una entrada masiva de inmigrantes africanos en nuestra tierra, gran parte de los cuales se afincan en las zonas de invernaderos de la baja Alpujarra.
No obstante, observando el conjunto de la función, los textos, más que peligrosos, parecen obsoletos e inoperantes, sin posibilidades de que su mensaje sea seguido por una población en fiestas que no se fija precisamente en el significado de lo que se dice, sino más bien en cómo se dice y cómo se representa.
Los personajes principales recitan sus relaciones de memoria, ocupándose de hacerlo bien, con vehemencia y vistosidad, para lucirse, sin el menor interés en identificarse con el significado de lo que dicen; lo aceptan como parte de su cultura y participan en un acto de comunión con la identidad de su pueblo, y nada más.
Los personajes de tropa se ocupan aún menos de saber lo que se quiere decir en la representación, ni de seguir al pie de la letra el mensaje qua pueda llevar el texto. Ellos van a divertirse y, sobre todo a lucirse con los gestos de valor o habilidad que suelen caracterizar cada fiesta: disparos atronadores en Laroles, Válor, Murtas, Jorairatar y Cherín; encabritar el caballo en Trevélez, correr tras las niñas en Picena, desfilar con marcialidad en casi todos los sitios, etc.
Estamos seguros de que las funciones de Moros y Cristianos hoy no responden en absoluto a los móviles que las originaron, lo que ha motivado la desaparición de muchas de ellas; ni creeemos en la posibilidad de que estimulen los sentimientos de racismo y xenofobia. Hoy son un exponente genuino de nuestro teatro popular, que debe conservarse como es, sin menosprecios por la ideología que representa ni adulteraciones en aras de una pretendida modernidad.
Bibliografía
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Rodríguez Becerra, S.: Las fiestas de Andalucía. Editoriales Andaluzas Unidas. Sevilla, 1985.
Notas
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